Guajimía es una de las palabras más conocidas en la República. Sea como foco de contaminación, como cañada degradante de la desembocadura del río Haina, o como expresión de una organización social incapaz por todos los años de gestionar sus más graves problemas. Es parte del corazón de miles de residentes en el municipio Santo Domingo Oeste de hoy, donde también habitan la pobreza extrema y el abandono.
Todo eso se conjuga en el empobrecimiento creciente del hábitat de ese sector. Es uno de esos sitios dañados por el ser humano. En el pasado un afluente y abrevadero para vecinos y animales de crianza. Gobiernos que permitieron su progresiva ocupación, y posteriormente, no fueron capaces de evitar que llegara a los extremos actuales.
Durante la segunda administración de Leonel Fernández fue iniciado un proceso de recuperación que mejoró la calidad de vida de mil 184 familias, pero la intervención no siguió el mejor rigor, toda vez que tramos importantes fueron sepultados, y surgieron nuevos problemas.
Ahora, con el serio problema de los desechos sólidos, que los dominicanos no terminamos de manejar adecuadamente, a Guajimía se le dificulta la evacuación, no sólo de sus fluidos, sino también de todos los sólidos que los vecinos les tiran.
¿Qué hacer con esa cañada? El municipio no tiene las respuestas y ha devenido en una cuestión de saneamiento a cargo de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD), que durante las administraciones peledeístas después de Fernández olvidaron el tema.
Los vecinos, que siguen padeciéndola, ahora reaccionan y reclaman que el gobierno continúe el esfuerzo por mejorar su hábitat. Sin embargo, parece que la CAASD no tiene la respuesta. Se requiere de alguna inversión que supere las capacidades económicas rutinarias de la misma.
El gobierno central debe tener, dentro de su política de mejoría de la calidad de vida de la gente, un plan para esta clase de problemas. Guajimía es una magnífica oportunidad para generar los cambios esperados.
