Uno de los más graves problemas que arrastra la sociedad dominicana es que carece de un liderazgo colectivo, aunque sí cuenta con lo que se podría calificar de muchos líderes “medios”.
Puede ser eso la expresión de la división que existe, lo que se comprueba sin mucho esfuerzo a partir de un somero recuento.
Al hacer ese inventario por persona, por profesión, por sector o por distintas manifestaciones del diario vivir, se puede advertir que las iglesias tienen sus propios líderes, lo mismo que los empresarios, los médicos, los maestros y los artistas, lo que se extrema en la política.
No contamos con líderes de carisma y grandeza personal, pero sí abundan los parcelados y valorados solo en el ámbito en que se desenvuelven.
Esa ausencia de referentes sociales es alimentada por el fomento del individualismo, lo que nos torna incapaces de valorarnos a nosotros mismos y a los demás, y nos atomiza en montones de grupos que solo se preocupan por sus intereses sectoriales.
Esa misma situación provoca también que a aquellas contadas personas que pretenden colocarse por encima de las malquerencias e intereses grupales, las descalifiquen y ridiculicen.
Cuánta falta nos hace una conciencia social crítica, encarnada en personas de ética e intransigentes con los principios, capaces, sin temor ni rencor, aferradas a la defensa de la verdad y de la justicia, aunque con su proceder contraríen las voces de la muchedumbre.
Cuando decimos que esta situación se extrema en la política, es que en su generalidad el político vernáculo es muy pragmático, con estrechez de miras y no ha sido fraguado en la escuela de los que la ven y la viven como arte y ciencia.
La inmensa mayoría de los políticos dominicanos, y que nos excusen por la exageración, ha caído en un círculo vicioso de accionar y utilizarla únicamente como escalera para acceder al poder, sin parar mientes en nada.
Eso de que la política es la ciencia más pura y la más digna de ocupar las inteligencias nobles, algunos dirigentes del patio se lo dejan a Duarte.
