Cuando empezó a hablarme de la carestía de la vida y lo interrumpí con aquello de que mi primer placer de cada día es echarle maíz a las palomas que llegan puntuales detrás de la cocina, no supo seguir su protesta ciudadana. Luego, cuando empezó a hablarme de una huelga, y lo interrumpí para decirle que era bella la hembra aquella retratada en la playa, no pudo seguir su arenga dizque revolucionaria. Y al decirme que este país es una porquería, y lo interrumpí para apuntar que no puede haber un fin de semana perfecto sin amigos…Seguramente pensó que soy un producto depurado de la neurosis colectiva. (Su caso es peor: ha dejado de creer en la vida).