Estoy seguro —y lo que hemos vivido en los últimos años me sirve para afirmarlo— que lo único que no escasea en esta patria (“Patria, patria, ¡qué rica está la patria!”, a ritmo de merengue y al estilo de cualquiera de nuestros noventa combos) es el político farsante dispuesto a sacrificarse por ella… ¿Por qué (y no es que yo sea haragán) esta patria ya tan vieja necesita tanto sacrificio? Creo que lo que necesita esta patria, más que obsesivos sacrificios, así, generalizados por todas partes, es más consideración y respeto… (Para empezar, que no le levanten tanto la falda a la pobrecita!).

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