No hay duda de que la más grande injusticia de la historia de esto que parece país no es que muchos inocentes sean condenados en los tribunales; ni que se privilegie a unos pocos en los negocios del Estado; ni que se margine a las mujeres de las oportunidades que se ofrecen a los hombres. No. La más grave injusticia es que miles de seres que dejaron la vida en el cañaveral, en jornadas diarias de sol a sol, carecían hasta ahora (cuando por fin se les concedió) de una vulgar pensión de cinco mil pesos, mientras muchos pelagatos, políticos y burócratas exhiben obscenas fortunas hechas en un cuatrienio de gobierno o menos.

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