Les confieso que este viernes, ahora inolvidable, valió la pena poner a un lado todos mis deberes; aplazar toda obligación con el país y sus urgencias; anular mi agenda de compromisos sociales y familiares; dejar de leer mentiras y torturas noticiosas; liberarme de la dictadura del celular que certifica toda existencia humana; reasumir mi condición original de humano libre y soberano y disponer un “no estoy para nadie” irrecusable, para escuchar con buen volumen y sin límite de tiempo la obra mundialmente trascendente del mejor poeta que Cuba ha aportado al mundo en los últimos sesenta años: Pablo Milanés, sin ninguna duda.

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