Por menos que se quiera ese día llegará. El tiempo no pide permiso. Simplemente avanza sin importar lo que tenga de frente. Es tan poderoso que reduce todo a una mínima expresión.

Y si de evocar canciones se trata, pues que nunca se olvide que lo que un día fue no será, una razón esencial para que los atletas tengan bien claro que un detalle importante de sus carreras es poder atisbar el momento de decir adiós.

El retiro debe ser motivo de orgullo, especialmente si el paso se adopta en un territorio con categoría de envidiable y no negociable como lo es el de irse bajo sus propios términos.

Nunca será lo mismo marcharse por decisión propia que salir por la puerta que la circunstancia de la ocasión tenga reservada.

Puede ser grande o pequeña, de altura o poca monta. Eso no se sabe. Ahora bien, cuando alguien dice hasta aquí llego sin que le afecten las ofertas o el dinero que pueda aparecer, se suman unos puntos al prontuario que son de esos que se agigantan con los años.

Toda regla tiene su excepción. Hay deportistas que no quieren salir del negocio cuando lo último que se vio de ellos no era lo deseado y por eso se arriesgan a recorrer desiertos de sacrificios hasta cumplir con esa meta.

Esas y demás medidas las respeto, pero no las comparto.
La vida enseña que hay elementos con precio y otros con valor.
Veo poco probable, por no decir imposible, que exista con qué pagar esa sensación que deja un mortal cuando en su temporada de despedida deja a todos impresionados porque demostró que aún puede rendir.

La persona de turno compila números sorprendentes, pero ya es hora. No hay dinero que valga para seguir. Irse por lo alto no compite.

David Américo Ortiz Arias así lo hizo. Adrian Beltré pudo haber jugado un año más. De hecho, su amigo del alma, el venezolano Félix Hernández, le rogó para que estuviese al menos otra campaña. La respuesta la supo cuando Beltré, uno de los más respetados en Grandes Ligas, hizo saber que enviaba al depósito de la clausura su fino guante y poderoso bate.

Hay que saber retirarse. Los días no se enferman y, tarde o temprano, llega esa factura.

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