Benjamín Disraelí, el estadista inglés del siglo XIX, escribió: “Ningún gobierno puede mantenerse sólido mucho tiempo sin una oposición temible”. En el país esa sentencia no se cumple. El papel de los partidos se limita a la crítica, a veces por la crítica misma, y esa desnaturalización de su rol no ayuda al fortalecimiento de las instituciones democráticas y les obnubila la visión de la realidad en la que se desenvuelven.
En política, aún en las naciones más ricas donde las necesidades de la población son menores, la realidad, sea de naturaleza política o social, condiciona la acción de los gobiernos. En el caso nuestro esa realidad suele ser brutal, capaz de minimizar cualquier esfuerzo por encararla. Y la escasez de recursos hace más difícil el esfuerzo. De manera que la acción ejecutiva no alcanza por lo general a llenar todas las apremiantes demandas materiales de una sociedad que reclama la solución de problemas tan añejos como la república misma.

Una prensa aburguesada, que solo mira con catalejos la realidad sobre la que escribe, no atina a ver todos sus matices y su percepción termina contaminada por los prejuicios que una inicua e insustancial oposición incrementa con una crítica vacía de contenido y divorciada de cuanto ocurre a su alrededor. Escribir y hablar desde una perspectiva mediática acomodada en una sala de redacción o un set de televisión, ajena a lo que se vive en el país, no puede fotografiar una realidad que se desconoce.

A finales de 2015, me auto invité a una “visita sorpresa” del presidente, quien luego me subió a su vehículo para ir a otras actividades con gente humilde y laboriosa. Era domingo. Después de casi todo el día de reunión en reunión, comenzando a oscurecer, le dije: “Presidente, usted se olvida de su familia”. Él movió la cabeza para mirarme: “Miguel, eso mismo me dicen todos los domingos mi esposa y mis hijas cuando regreso a casa”.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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