Con la caída del Muro de Berlín en 1989 el mundo creyó llegado el fin de las barreras ideológicas que dividían a la humanidad y la desaparición del comunismo en Europa ahuyentó el fantasma de un holocausto nuclear que gravitó sobre el planeta durante el prolongado y crítico periodo de la “guerra fría”. Pero apenas poco más de 30 años después, un suspiro en la historia humana, el mundo se halla amenazado de una confrontación similar sin la posibilidad de un arreglo. El control capaz de contenerla no depende de una o dos potencias poseedoras del arma destructiva, sino de fuerzas fanáticas religiosas frente a las cuales no hay posibilidad alguna de hace valer la razón.

La ocupación virtual de Europa por una inmigración incontenida y cada vez más numerosa movida por la consigna de un mundo dominado por el Islam y la desaparición de todas las confesiones infieles a Alá y a su profeta Mahoma, tendrá en algún momento un desenlace que hará del mundo un lugar más peligroso que el vivido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la desaparición del comunismo en Europa.

Las más recientes y dantescas señales de ese infierno lo hemos presenciado desde el fatídico sábado 7 de octubre, cuando terroristas del grupo radical islamista Hamás, entraron a Israel, provocando un saldo de más de 1,200 muertos y 200 personas secuestradas, lanzando más de 7,000 misiles a ciudades y asentamientos judíos. El control por ese grupo de la franja de Gaza constituye una amenaza permanente, y era previsible que el ataque terrorista desatara la furiosa y lógica reacción de los israelíes, que luchan desde la creación de su Estado en mayo de 1948 por su derecho a existir como nación.

La paz del mundo depende de un hilo muy delgado. La menor tensión lo romperá y lo que vendría después es difícil de imaginar, por ser una experiencia aún no vivida.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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