Con frecuencia en ámbitos académicos e intelectuales se habla de la Revolución de Octubre de 1917, como si se tratara del primer modelo de revolución proletaria. Lo cierto es que la primera fase de la revolución, en la que se destruyó el sistema feudal zarista, terminó en 1923, con el triunfo de los bolcheviques en la guerra civil que siguió al derrocamiento del zar Nicolás II.

Y es a partir de ahí, de hecho, que se inicia formalmente la fase en que se implementan los fundamentos de la teoría enunciada por Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista, un documento de 23 páginas publicado originalmente en Londres en 1848, y que ha sido considerado como uno de los textos políticos más influyentes de la historia.

Aunque el comunismo ruso duró 72 años y ha sido el más prolongado y de hecho el más exitoso en términos de tiempo, el primer ensayo basado en el Manifiesto Comunista se dio en Francia entre marzo y mayo de 1871 el cual se le conoce como la Comuna de París. El movimiento fue el resultado de la crisis social y económica que siguió a la guerra entre el imperio francés y el reino prusiano, que había puesto fin al gobierno de Napoleón III.
La revuelta provocó miles de muertos y la destrucción de cientos de edificios y monumentos históricos, lo que obligó al gobierno de Lois Adolphe Thiers, presidente de la Tercera República, abandonar París para reorganizar su ejército y recuperar el poder varias semanas después.

La Comuna se inspiró en la propuesta del Manifiesto Comunista, que sentó las bases del marxismo, con su concepción materialista de la historia, la lucha de clases y los conflictos del modo de producción capitalista, cuya destrucción por la fuerza se proponía, bajo la consigna: “proletarios de todos los países, uníos…”.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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