Los caminos están marcados por el fenómeno de la globalización que dicta las normas de las relaciones internacionales. Y en el caso nuestro, sólo disponemos de dos senderos. Tomamos el que señala el buen sentido y marcamos el paso con la corriente universal o por el contrario optamos por dejar las cosas como están, que es el tránsito más directo y seguro al aislamiento, con todas las consecuencias. Miramos de frente el futuro o rompemos toda posibilidad de cruzar la frontera que nos separa de él.
Dentro del marco conceptual de la Agenda Nacional de Desarrollo no debe resultar difícil de diseñar lo que quisiéramos ser en el futuro. Muchos de los retos están ya a nuestras puertas. El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Centroamérica, y el suscrito con la Unión Europea, ofrecen enormes posibilidades de crecimiento y prosperidad, para encarar el problema eléctrico, de cuyas solución depende el éxito de nuestros esfuerzos; la protección del ambiente y los recursos naturales, en proceso de degradación; el servicio de la deuda externa, que compromete buena parte de los ingresos nacionales y, entre otros, por supuesto, el control del gasto público, uno de los males ancestrales de la nación. Se trata de una tarea que el país no puede seguir postergando, so pena de perder toda posibilidad de conquistar el futuro.
En el 2010, cuatro importantes asociaciones del sector privado le pidieron al Congreso una resolución que declarara “prioridad nacional” el fomento del comercio exterior. Esas mismas instituciones habían solicitado al gobierno que declarara el anterior 2009 “Año del fomento de las exportaciones”. Ninguna de las dos iniciativas encontró eco. En el Congreso nadie se dio por enterado y el Ejecutivo las desestimó por entenderse erróneamente que un eventual congelamiento de las ventas al exterior o un crecimiento reducido de ellas a despecho de la declaratoria, tendría un costo político para la administración.