Estar en contra de un gobierno no es un delito ni supone necesariamente un acto conspirativo cuando se vive en democracia. Y cuando la tolerancia se impone en el debate, el grito de “abajo el gobierno”, supone la existencia de un ambiente de respeto a la disidencia y un escape emocional que cierra el paso al desorden y a la confrontación.

Por fortuna, vivimos en democracia y son las diferencias y la explosión de ánimo en el debate, lo que pone de resalto ese importante valor alcanzado por años de lucha y discusión dentro del marco de las ideas en periodos incluso de extrema incertidumbre. Lo que mide verdaderamente la fortaleza moral de un gobierno es su capacidad para aceptar la crítica y cuanto más agria esta sea, más alto habrá de ser su nivel de tolerancia y más cerca se estará de un tranquilizador clima de convivencia pacífico y civilizado.

Por regla general, no existe ni ha existido, en el marco de una democracia, gobiernos enteramente buenos o penosamente malos. La calidad se establece en función de resultados, pero la tabla que lo mide casi siempre se basa en cálculos materiales y deja a un lado factores relacionados con las angustias naturales del ser humano, como el sosiego y la paz nacional, que no siempre están atadas a cuestiones de redención social.

Medir la situación de un país, solo por sus índices económicos sin sopesar cuánto ellos representan, no reflejaría necesariamente la realidad. Medir el avance social y el progreso material por la posesión de un automóvil, en la situación actual supondría desdeñar los efectos negativos del costo que esa propiedad significa.

Un auto no es siempre un símbolo de igualdad. Más lo sería cuando ricos y pobres se muevan en un eficiente y confortable transporte público, como han logrado las naciones desarrolladas. Celebremos la suerte de estar juntos a despecho de las diferencias que nos separan.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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