Mañana, domingo 25 de septiembre, se cumplen 59 años del golpe de estado incruento que derrocó en 1963 el primer gobierno democráticamente elegido en el país después de 31 años de tiranía. Cada año, al llegarse a tan fatídica fecha, se hace obligatorio reflexionar si las vicisitudes, sufrimientos y decepciones sufridas como consecuencias de esa acción que abortó la presidencia de Juan Bosch, han legado al pueblo dominicano enseñanzas aleccionadoras.

La pregunta es difícil, porque si bien hemos logrado superar grandes dificultades y las necesidades comunes forzaron a entendimientos, muchos de ellos tácitos, quedan todavía enormes desafíos, algunos indescifrables. Si bien las heridas causadas por la guerra civil y los años de inestabilidad que le siguieron cicatrizaron, las dudas sobre nuestra capacidad para alcanzar objetivos comunes y caminar juntos en una dirección, siguen latentes en el recuerdo de esos años dolorosos.

De todas maneras, el país no se ha detenido y muchos propósitos iluminan el porvenir. La flojera e indolencia de quienes ocupan posiciones de fuerza en la política y en otras áreas en control del sendero que lleva al futuro, no serán suficientes para detener las ansias de progreso de quienes saben que el poder partidario es temporal, incapaz de domar el brío de una nación que se ha abierto con su propio esfuerzo la vía del progreso y el desarrollo. Y por más puentes que se caigan ante el embate de vientos huracanados, habrá siempre energía para abrir nuevos carriles y acortar la distancia que en 1963 parecía inalcanzable.

El golpe de 1963 es un lejano recuerdo en la memoria nacional. Olvidar, como el perdón, ayuda en muchos casos a encontrar fuerzas para seguir adelante. Pero la experiencia que tan trágico suceso nos legó debe servir para ayudarnos a encontrar en la convivencia y el respeto a las ideas un modo de vida tranquilo y armonioso.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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