La anunciada decisión del presidente Luis Abinader de postularse como candidato a la reelección no causó sorpresa alguna, salvo la relacionada con el día y la vía usada para darla a conocer. Se había extra oficialmente anunciado que el mandatario aprovecharía una visita este jueves a Cabo Rojo para dar a conocer lo que todo el mundo en el país esperaba, a lo que seguiría una caravana de automóviles oficiales desde ese lugar fronterizo hasta la capital, más de 325 kilómetros, mal contados, en otro teatral accionar de un gobierno tan dado a ese tipo de exhibicionismo.

Lo cierto es que a despecho de cuán bien o mal se haya recibido la noticia, dependiendo de donde la gente políticamente se ubique, la decisión presidencial nada tiene de extraño, ni violenta ninguna ley, puesto que la reelección está constitucionalmente permitida por un solo mandato. Y dado lo bien que el presidente parece sentirse en su puesto, era iluso pensar que dejaría la candidatura a un adversario de su partido, a pesar de su reciente afirmación sobre cuán poco se siente a gusto en su estancia en el Palacio Nacional, afirmación extraña a la luz de cuán poco, según sus críticos, calienta la silla que alguna vez estuvo llena de alfileres, al decir de quien más tiempo se ha sentado en ella.

Criticar su decisión por sus reiteradas condenas de campaña a la reelección presidencial como la causa de los males de la República, es infantil si se toma en cuenta que otros antes que él dijeron lo mismo, nada raro en un país donde la mentira alcanza el nivel de arte y es el más idóneo escalón para alcanzar la cúspide en la política dominicana.

De manera pues que al renegar de su compromiso y rechazar la reelección diferida, la que vendría tras un cuatrienio entre un periodo y otro, a su decir su preferida, el presidente Abinader se ha negado a sí mismo, librándose del laberinto en el que sus palabras le habían metido.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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