Hace 179 años, un grupo de patriotas decidió el curso de nuestra historia al declarar la independencia, “libre de toda nación e influencia extranjera”. Desde entonces hemos atravesado momentos difíciles y la incertidumbre ha oscurecido el panorama de la República y logró crear en el ánimo nacional un sentimiento de desconfianza en nuestra capacidad para vencer los desafíos que la gigantesca empresa de la independencia trajo consigo.

En cumplimiento de un mandato constitucional, cada 27 de febrero el presidente de la República debe comparecer ante la Asamblea Nacional para rendir cuentas de su gestión en los últimos doce meses. Ese rigor se ha cumplido religiosamente con muy escasas excepciones a lo largo de nuestra vida republicana. La tradición sugiere que el mandatario haga uso de tan excepcional oportunidad para resaltar los logros de su gestión, que no siempre son muchos. aunque sus adversarios no se lo reconozcan.

En la tradición política nacional, a los presidentes en ejercicio se les atribuye la paternidad de casi todos los problemas que nacieron con la República y florecieron en las distintas y oscuras épocas posteriores de nuestra existencia republicana. Son muchas evidentemente las necesidades y más todavía los problemas del país y costará décadas superarlos. Pero a pesar de nuestras dolencias democráticas, vivimos tiempos de relativa paz, en un clima de tolerancia, libertad y respeto a los derechos humanos.

Si algo caracteriza al ser nacional es su tendencia al pesimismo, a ver solo nubarrones aunque los rayos de un sol radiante atraviesen el cielo oscuro. Pero a pesar de ello y con todas nuestras fallas y defectos, la nación no se ha quedado estancada. Y aunque el trayecto hacia el futuro parece tan lejos como el día del primer paso, el país funciona y es un error político ignorar esa realidad.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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