Mientras presiona a la República Dominicana para detener su legítimo derecho a controlar la inmigración ilegal procedente del vecino país de Haití, Estados Unidos envía tanques a su frontera con México en el estado de Texas, para impedir la inmigración mejicana. Muchos llaman a esa dualidad, una doble moral en materia de política internacional, herencia de etapas imperiales que la descolonización resultante de la Segunda Guerra Mundial, se creía, dejaba atrás.

Los haitianos olvidaron su responsabilidad de ocuparse de su país y deben enfocarse en esa tarea porque la solidaridad tiene límites. En el caso de la emanada de República Dominicana se desbordó y ya causa serias dificultades locales. Lo comunidad internacional no reconoce que Haití es un problema haitiano, no dominicano, y que sus nacionales tienen con su país una deuda desde su independencia que se resisten a pagar. Son ellos, no los dominicanos, los llamados a rescatar la dignidad que como pueblo le corresponde.

En lo que a nuestro país concierne, es evidente la gravedad de una inmigración ilegal masiva superior a la capacidad nacional para manejarla y asimilarla, con consecuencias muy graves que ameritan y exigen una gran reflexión nacional.

Se impone, por tanto, resistir las presiones foráneas, fortalecer los controles migratorios y crear así las condiciones necesarias para la creación de una convivencia armónica y honorable para nuestros dos países, sin renunciar al derecho de soberanía sobre nuestro territorio.

Está claro que las grandes potencias, conscientes de su fracaso en organizar a Haití, buscan en el pretexto de la vecindad existente una forma de solución de la crisis haitiana, que lejos de resolverla crearía un problema más explosivo, en desmedro de una nación, como la nuestra, que ha sido capaz de en su momento de resolver por sí misma problemas tan graves como los que hoy Haití es incapaz de encarar.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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