El presidente Luis Abinader ha anunciado el propósito del gobierno de promover una nueva reforma fiscal, que a todas luces significará más impuestos para la clase media y los grupos más vulnerables. La idea se basa en la supuesta necesidad de aumentar los ingresos del Estado para encarar las demandas del país. Así ha sido siempre y los resultados no podrán ser distintos a las experiencias vividas en el pasado en situaciones similares: gobiernos ricos con pueblos cada vez más insolventes.
El problema radica en la resistencia del liderazgo político nacional a aprender de naciones más exitosas y desarrolladas. Recuerdo, por ejemplo, perfectamente que Ronald Reagan en lugar de cargarle más peso a la población optó por comprimir el gasto público, achicando el papel del Estado en la vida de los estadounidenses. La economía creció y el nivel de vida de los ciudadanos mejoró notablemente.

Cuando las perspectivas se ensombrecen, la Junta de Reserva Federal de Estados Unidos suele bajar las tasas de interés para impulsar la dinámica económica. Cuando eso ocurre, el dinero deja de ser una mercancía de lujo, los préstamos se abaratan y la gente dispone así de mayor accesibilidad a préstamos para adquirir vivienda y resolver necesidades familiares, casi siempre mucho más apremiantes en países como el nuestro.

En cambio, la tendencia nuestra ha sido resolver los problemas con más impuestos y préstamos onerosos que comprometen seriamente las finanzas públicas. Una y otra vez depositamos la suerte de los conflictos y las precariedades del sector público, constriñendo a la gente, para engordar la burocracia e inflar el gasto público, empobreciendo más a grandes grupos en el límite de la desesperación.

La discusión de la reforma fiscal y la de otras anunciadas por el Presidente distraerán al gobierno de las prioridades a las que debería dedicar los tres años que le restan del mandato.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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