La permanente alianza electoral del Partido Reformista con el oficialismo, primero con el PLD luego con el PRM, marca el punto de partida de su desaparición definitiva como opción de poder. Se ha pretendido asignarle a esos acuerdos propósitos programáticos en educación, salud y el medio ambiente. Pero su fiel y angustiada militancia sabe que a la llamada franquicia reformista sólo le ha animado la preservación de los cargos y privilegios que su fructífera relación con el poder le han asegurado a lo largo de los últimos años.

Desde su salida del Palacio en 1996, tras veintidós años de gobierno con dos períodos de oposición entre 1978 y 1986, el reformismo ha ido dando tumbos. En esos años de incertidumbre no encontró un liderazgo que ocupara el lugar que su fundador y guía, Joaquín Balaguer, dejó vacío al desocupar la presidencia. La falta de un faro orientador, al que siempre estuvo ligado mientras su jefe respiraba, le creó un vacío que fue haciéndose más profundo en la medida en que esa debilidad extrema generó las desavenencias y distanciamiento que hicieron de aquella enorme fuerza política un cascarón, sin posibilidad de moverse por sus propios medios en ese ventarrón que es la actividad política dominicana.

Al final, sólo les quedó a los que se negaron a denegar de sus orígenes, plegarse a las condiciones de alianzas o irse hacia otra tendencia. La prisa derivada del conocimiento de su escaso patrimonio político aupó alianzas que no les permitió conocer lo que quedaba de un partido grande, sus propias y reales fuerzas, con las que hubiera podido aprovechar para recomponerse. Ya en el ocaso inevitable, al resto de una militancia fiel a la memoria de su líder, podría quedarle la opción que Tagore plasmó en un poema y que Gandhi solía cantar en sus largas caminatas: “Si nadie acude a tu llamado, camina solo…”

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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