La situación internacional hace cada vez más difícil la adopción por parte de las naciones ricas de medidas punitivas, ya sean de carácter económico como militar, contra los deudores morosos. No obstante, ningún país pobre puede escaparse tan fácilmente de la amenaza de estallidos sociales como consecuencia de sus altos índices de indigencia.

En un buen número de ellos, la estabilidad depende de que se le preste mayor atención a los problemas del desempleo y la pobreza creciente. Lo que tal vez se logre cuando puedan desembarazarse del miedo a la deuda externa. El hecho de que se la honre no significa renunciar al crecimiento de la economía, porque eso implicaría una disminución de las expectativas y un desmejoramiento de las condiciones de vida de la población, precarias en la mayoría de las escalas sociales. En un escenario ideal, el pago de la deuda externa debería realizarse tomando en cuenta la inaplazable necesidad de incrementar los niveles de vida de la población, en especial los de aquellos sectores que viven en estado de postración y en condiciones marginalidad. Despreciar la importancia del crecimiento de la economía, terminaría creando una situación social tan explosiva que amenazaría seriamente la estabilidad tan necesaria a las propias garantías que requieren los acreedores para asegurar la recuperación de su dinero.

En la mayoría de las naciones del continente los pobres sufren los rigores de la escasez y la desesperanza. Sus oportunidades son cada vez menores a medida que pasa el tiempo.

Su única posibilidad son tasas de crecimiento constante que sientan las bases de nuevas áreas de oportunidades y riquezas, a menos que se quiera seguir insistiendo en políticas que a la postre solo consiguen una miserable distribución de pobreza.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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