Las políticas de “humillación popular”, eufemísticamente llamadas de “bienestar social”, que fuerzan a centenares de ciudadanos a hacer largas colas, a soportar empujones, lluvias e inclemente sol, durante esperas interminables para recibir una mísera caja con alimentos y bebidas de mala calidad que apenas sirven para una noche navideña, son muestras irrefutables del atraso de la clase política y de nuestra insufrible carencia de instituciones democráticas verdaderas. Una práctica que promueven por igual Gobierno y oposición, convertida en dinero virtual para la compra de votos.

Se acerca la Navidad y esa condenable práctica del quehacer político drenará nuevamente el erario y la dignidad de los pobres. Y, sobre todo, abrirá una fuente estacional de corrupción y mal uso de los recursos públicos. Ese modelo de accionar político, en el más puro de los clientelismos, se ha convertido en una práctica tradicional, con la que sólo se logra profundizar la más indigna de las pobrezas, aquella que obliga a los “sin nada” a humillarse ante el poder a cambio de una mísera ración para apenas una noche.

Entiendo que es muy fácil desde mi relativa posición social, condenar una práctica que da a una parte mayoritaria de la población carente de recursos para celebrar la fiesta tradicional más importante del país, la posibilidad de una Nochebuena con alimentos que la desigualdad social les niega. Sean canastas, cajas o tarjetas, lo cierto es que esa práctica solo logra perpetuar un ambiente de desigualdad cada vez más denigrante para aquellos obligados a seguir dependiendo de programas dirigidos a perpetuar las causas que lo justifican.

Fiel a esa odiosa tradición, me temo que en este próximo diciembre, ante la cercanía de las elecciones municipales, veremos lo que pocas veces hemos contemplado para aprovecharse de la pobreza nacional y obtener ventajas políticas.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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