LLa reelección en sí misma no es mala mientras la Constitución la permita. Pero apena ver a gente que renuncia a todo por lo que luchó, esforzarse en justificarla alegando sus resultados en Estados Unidos y otros países. Como todo en la vida, sin embargo, lo que finalmente cuenta es la experiencia propia. En el país, con ligeras excepciones, ha sido tan mortífera como el cáncer. Propicia todas las formas de corrupción conocidas, engorda el ego, fomenta la sumisión y humilla a contrarios y adversarios.

La experiencia nacional enseña cuán difícil, si no imposible, resulta todo esfuerzo encaminado a evitar que un presidente en ejercicio se valga de los mecanismos del poder y utilice cuantos recursos del Estado estén disponibles para derrotar a los demás candidatos. Como ya nos ocurriera en el pasado, el triunfo de las ambiciones personales o de grupos que la alientan termina por envejecer al país. Lo despojan de alternativas que pudieran traer aires frescos a los ambientes contaminados por el abuso de poder y el uso antojadizo de los recursos públicos.

La reelección congenia con una democracia como la de Estados Unidos porque allí existen instituciones que nosotros no tenemos. En esa nación se respetan las leyes y el poder presidencial está sujeto a límites que nuestro país no conoce y los políticos ignoran a su conveniencia, sin ninguna consecuencia. El esfuerzo de reelección presidencial en las próximas elecciones puede terminar con cuanto hayamos podido construir en términos democráticos y paz social.

Para hacerla todavía más odiosa de lo que significa en términos de resultados democráticos, es preciso señalar que siempre ha sido justificada en la falsa ilusión de que sólo un hombre es capaz de garantizarnos el porvenir. Una creencia que nos achica a los ojos del mundo, y distorsiona la visión que pudiéramos tener de nosotros mismos como nación.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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