Quien piense todavía que todo aquí seguirá igual, en relativa tranquilidad, sin grandes movilizaciones callejeras, o es muy optimista o simplemente no vive en el país. Las imágenes de las protestas ciudadanas en otras grandes ciudades, podríamos verlas muy pronto aquí, si continúan apretándole la garganta al pueblo con nuevos impuestos y aumentos diarios de los servicios.
Podrían incluso darse en una dimensión mayor, si se toma en cuenta que las necesidades en muchos de los países donde se producen son menores en todos los sentidos que las nuestras. Allí la gente no amanece en Navidad para obtener una cajita de alimentos para un par de noches y una tarjeta para suplirse de gas y llenar otros requerimientos esenciales de la vida diaria.
Quienes están en absoluto control de los estamentos del Estado no ofrecen señales de cambio ni disposición de ceder los espacios logrados en un ejercicio del poder concebido para ellos solos. No nos engañemos, porque lo que viene nos puede tomar desprevenidos. Hay que estar preparados para lo peor y no me crean un pesimista impenitente porque la pobreza lo contamina todo a nuestro alrededor y la protesta es la única forma de expresión de quienes ven agotadas sus posibilidades de crecimiento material y sufren los espasmos dolorosos de noches de hambre e insomnio.
Evitar las protestas como aquí se acostumbra hacerlo midiendo fuerzas será peor, porque podría dejar una estela de destrucción y muerte que generaría más protestas. Y será inevitablemente así, a despecho de lo que usted y yo sintamos y de lo que el Gobierno quiera. La causa tendrá que buscarse en la práctica de hacerle pagar al país con impuestos las malas políticas económicas, el derroche y el uso sin freno de los recursos públicos y el afán de acumulación incorregible y sin límites de aquellos que se dejaron embrujar por las candilejas.