El más grande de nuestros defectos, el que traba el crecimiento y muestra el alto nivel de violencia que se oculta detrás de las sonrisas, es el desprecio a la ley y a las normas de la buena convivencia observable a toda hora en calles, oficinas, academia e incluso en los hogares.

Una muestra de esa realidad se observa cuando propietarios o conductores de vehículos de lujo, que se suponen con nivel de educación suficiente para saber la importancia del respeto a las leyes, copan las intersecciones, se suben a las aceras para rebasar y se estacionan indebidamente. Cómo esperar entonces que los del concho y las guaguas “voladoras” las observen. Si los dirigentes políticos suben la voz en la discusión de los temas fundamentales en la creencia de que el ruido los hace más creíbles. Si para ellos el “transfuguismo” se reduce a idealismo cuando el que se va se inscribe en su partido y traición cuando es uno de los suyos el que se va; si periodistas e intelectuales usan los medios sin el menor respeto a las buenas costumbres, creyéndose dueños de la verdad absoluta y algún líder religioso corta una discusión por él empezada con un tajante “no hablo con maricones”, tendríamos que convenir que la culpa de nuestros problemas es colectiva y no exclusivamente del Gobierno.

La búsqueda de salida a los problemas del país requiere la renuncia a la falsa idea de que sólo yo y los que me acompañan tenemos la razón y que por el contrario hablar quedo facilita el entendimiento, evitando que el ruido ensordezca y nos separe. Si al sentarnos a la mesa alguien cree que el objeto de discusión le pertenece, qué sentido tendría entonces quedarse ahí.

Esta sociedad requiere de sus líderes, en la política, en la religión, en los negocios y en la sociedad civil, el compromiso de encontrar con buenos modales las salidas que los problemas demanden. Una agenda sin condiciones. Sin vencidos ni vencedores.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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