En un mundo de permanente confrontación, normada por los más fuertes, es comprensible que las naciones pequeñas como la nuestra se rindan a las presiones del juego de los intereses de las potencias, especialmente cuando el principio de hegemonía se encuentra en medio de los conflictos.

Pero hasta la sumisión tiene sus límites. Y cuando se alcanza ese punto, solo queda un rotundo “¡hasta aquí!”; un alto que rescate el honor que hace grandes a las naciones chicas en los momentos difíciles, para salvar sus tradiciones y su derecho a vivir conforme a los valores forjado en un pasado, casi siempre lleno de heroísmo y sacrificios como ha sido nuestro.

La propuesta presidencial al Congreso para hacer obligación nacional aceptar con residencia permanente a todo haitiano que traspase la frontera alegando que su vida corre peligro, y garantizándole cuanto necesite para una existencia de calidad que no ofrece a sus ciudadanos, renunciando por voluntad propia al derecho legítimo a la deportación o a hacer preguntas sobre identidades y procedencias, es un acto deleznable contra la nación y todo cuanto ella representa.

Propuesta que traspasa, además, toda lógica y sentido común, cuando en su texto propone un impuesto, bajo la falacia de “contribución”, para sufragar el costo que esa sumisión a poderes extra nacionales implicaría para el Estado.

Como cabía esperar, tal desatino forzó al autor a retirar el proyecto, aunque solo temporalmente, en vista de las abrumadoras protestas que generó tan pronto se supo el contenido del proyecto. En ese ambiente de rechazo, el Presidente acudirá el lunes ante la Asamblea Nacional para rendir cuentas de su gestión.

Nada que pueda decir podrá acallar su propio ruido. La alarma que despertó sobre el más sensible hoy en día de los temas que angustian el sosiego nacional: la masiva inmigración ilegal que corroe nuestros valores e independencia.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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