La población, intranquila por la agitación incesante y la amenaza de nuevas huelgas, fue estremecida el 23 de septiembre por el anuncio de una agresión haitiana al territorio dominicano. Parecía la culminación de un largo período de tensas relaciones, que a finales de abril y comienzos de mayo parecía conducir a un virtual estado de guerra entre los dos países, separados por una frontera de poco más de trescientos kilómetros de tierra agreste y una historia de rivalidad, violencia y frágil paz.
En las primeras horas de la mañana corrió el rumor sobre un grave conflicto fronterizo. Las estaciones de radio interrumpieron sus programaciones para propalar “versiones extraoficiales” acerca de nuevas escaramuzas que afectaban poblaciones a uno y otro lado de la frontera. Las noticias que planteaban la posibilidad de un choque armado. Una alarma general cundió en la población.

Las informaciones decían que en horas de la madrugada, Dajabón había sido atacada con fuego de fusilería y morteros desde Quanaminthe (Juana Méndez), a poca distancia al otro lado del puesto que dividía las dos naciones.

En la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington se recibía una grave queja del Gobierno dominicano. La agresión, sostenía Haití, provenía, por el contrario, del lado opuesto.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas