La decisión del gobierno de trasladar la sesión de la Asamblea Nacional del 16 de agosto para juramentar al Presidente y la vicepresidenta de su espacio legal, histórico, simbólico y natural, ubicado en el Congreso Nacional para la Sala Eduardo Brito del Teatro Nacional, no ha podido presentar argumentos convincentes sobre la “necesidad de fuerza mayor” que la justifiquen.

Aunque el partido de gobierno cuidó los trámites legales al aprobar la resolución para el traslado del acto de juramentación del presidente y la vicepresidenta, lo cierto es que la costumbre tiene más fuerza que la ley y tiene poca trascendencia el aspecto formal frente a la fuerza de la tradición.

Pero si tiene mucho significado que los asambleístas hayan cuidado el establecer el espacio de trabajo de la Asamblea Nacional, con nombre, apellido y dirección.

Seguro que pocos ciudadanos estaban enterados que la Asamblea Nacional tiene un reglamento que la rige y que establece su sede.

Lo que si todo dominicano sabe, no porque lo estudió, sino porque lo ha vivido, es que el presidente de la República se juramenta en el Congreso Nacional y que es un acto que tiene la categoría de sagrado cubierto de la máxima solemnidad por la envergadura del acontecimiento.

Cuando se sigue el hilo de algunos hechos, los que trascienden y los que no se perciben, en casi todas partes, es que el glamur del poder tiene un fuerte atractivo para sus administradores.

En 2021 llamó la atención un programa de la casa de gobierno para hacer tardes de picnic en los jardines del Palacio Nacional. Cuando el tema saltó a los medios de comunicación fue dejado sin efecto, no sin antes realizar algunas actividades.

La juramentación en el Teatro Nacional, crea un ruido innecesario en el acto de toma de juramento de las autoridades del Poder Ejecutivo. Independientemente que el evento del 16 de agosto conserve los rigores de lugar para mantener la solemnidad, ya es un espectáculo.

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