La atención a los detalles evita las grandes tragedias. Lo que aparenta ser inofensivo puede ser la primera fisura de grandes grietas en la humanidad, aquello que luce insignificante a primera vista y no se atiende de manera oportuna porque parece carecer de gravedad puede desembocar, de un simple afluente, a un mar bravío.
Se atribuye a los científicos norteamericanos James Wilson y George Kelling el desarrollo de la “teoría de las ventanas rotas”, que luego sirve de base en Criminología, conforme a la cual, el delito se entroniza donde se ha tolerado previamente el descuido, el desorden y la suciedad lo que hace necesario actuar de manera preventiva para procurar que se restaure la normalidad. En otras palabras, cuando se han dejado pasar nimiedades, que se esperen calamidades porque, primero será una ventana sin reparar, luego serán puertas, muros, techos, hasta que colapse el edificio completo por desatención. Esa metáfora, no solo aplica para atribuir responsabilidades en las construcciones o para comprender los esquemas criminales, también cuando se minimiza con desinterés lo que debió provocar una atención oportuna.
Esa malcriadeza del niño a la que se reaccionó como una gracia, es el exabrupto del mayor que causa estragos; ese copiado del examen estudiantil es el fraude en ciernes del profesional, ese pequeño favor bajo la clandestinidad es el germen del tráfico de influencias. La complacencia para ayudar al amigo en el ocultamiento de bienes es la figura del testaferro castigada en el lavado de activos. El desliz del empleado, es el desfalco posterior; esa salida inofensiva, puede traer consigo la ruptura de una familia. La simple indiscreción pudiera desembocar en una difamación o en la injuria que afecte la imagen de otro. Esos vientos leves se hacen huracanados, si no se les presta atención porque el todo está compuesto por muchas fracciones que, pequeñas, muchas y constantes, integran el panorama completo.
Por eso, Zimbardo expresaba que el vidrio quebrado de un automóvil alentaba a romper los códigos de convivencia y a la percepción de que, si no se castiga lo de menor alcance, tampoco lo de mayor envergadura porque, si la autoridad lo ignoró haciéndose de la vista obesa o estuvo ausente en lo poco, también lo hará en lo mucho, abstención con la que da la impresión de que todo se vale y si lo mínimo no implicó castigo, tampoco será lo máximo. No en balde, el motorista sin casco, matrícula ni licencia que cruza en rojo es el que, unas cuadras más adelante, ocasiona un accidente automovilístico y tan culpable es el conductor desaprensivo, como quien en su momento debió detenerlo y no lo hizo.