En un momento en que Francia se debate en torno a cuestiones de identidad, esta nación tiene mucho que ganar si se dirige a América Latina para aprender de sus sociedades diversas y mixtas, que han sido capaces, a pesar de las dificultades, de definir una forma de convivencia.
Mientras la epidemia sigue azotando a América Latina y sus consecuencias sociales ya han tenido repercusiones políticas, se abre un breve paréntesis con la Semana de América Latina y el Caribe para celebrar una región que definitivamente necesita algo de reconocimiento. Desde 2011, una vez al año, París acoge y celebra un continente cuya distancia geográfica se compensa en gran medida por la proximidad de sus valores, herederos de la Ilustración.

Diez años después, ¿ha servido este paréntesis anual para acercar política, económica y culturalmente a Francia y América Latina?

Una América Latina que podría vivir sin o incluso contra Estados Unidos

En primer lugar, admitamos que la Semana de América Latina y el Caribe no partió de una página en blanco. Si los viajes de Charles de Gaulle y François Mitterrand tuvieron un impacto en estos países, fue sobre todo porque Francia, en el contexto de la Guerra Fría, tenía un mensaje que transmitir: el de una América Latina que podía vivir sin Estados Unidos o incluso contra ellos. Pero esta relación carecía de una plasmación permanente, y debía adoptar la forma de una diplomacia intelectual, un lugar para que artistas, escritores, diplomáticos y políticos intercambiaran ideas, inspirándose los unos a los otros, independientemente de su origen.

Así, a petición de François Mitterrand, la Maison de l’Amérique Latine vio reforzado su papel. Los socialistas, vecinos geográficos de esta nueva institución desde su sede histórica de Solferino, se reunían allí, frecuentaban a los exiliados e intelectuales latinoamericanos y establecían vínculos con brillantes oradores, algunos de los cuales llegaron a ser dirigentes de sus países. A partir de este vínculo, se desarrolló una casa de la libertad, la emancipación y las esperanzas compartidas.

Los lazos entre Francia y América Latina nunca han sido tan fuertes como cuando el partido socialista estaba en el poder

Los socialistas nunca han dejado de inspirarse en el ecosistema ideológico latinoamericano y su tropismo internacionalista se plasma en esta relación. Por eso los lazos entre Francia y América Latina nunca han sido tan fuertes como cuando este partido estaba en el poder. Impregnados de esta cultura, simpatizantes de los partidos de inspiración social demócrata entendieron que América Latina era un continente de futuro y que Francia tenía el deber de estar allí para construir el futuro. Por ello, sus dirigentes se esforzaron por resolver las irritaciones diplomáticas derivadas de la presidencia de Nicolas Sarkozy en México, a raíz del caso Cassez, o en Colombia, con la liberación de Ingrid Betancourt. Desde entonces, otros dirigentes han hecho una elección más acertada, al renunciar a favoritismos en estas relaciones, y cooperar con todos los países que comparten nuestros valores, independientemente del peso de su población o de su riqueza. Ya no hay países pequeños cuya voz no cuente. Esto se reflejó, por ejemplo, en la primera visita a Cuba de un Jefe de Estado europeo en casi un siglo. Esta estrategia ganadora dio sus frutos, especialmente en la COP21, donde Estados más pequeños como Perú, Cuba o Costa Rica desempeñaron un papel destacado en la región. En consecuencia, Francia, que en ocasiones anteriores había perdido preeminencia, volvió a ser escuchada.
La política de relaciones de poder que definió la diplomacia francesa durante la Guerra Fría ha dado paso a una política de unidad, verdaderamente internacionalista en temas comunes como el clima. El despliegue de la Agencia Francesa de Desarrollo en la región, decidido por François Hollande, respondía a este imperativo: apoyar la transición verde de estos países, en coherencia con el nuevo impulso que representó el Acuerdo de París.
Pero el vínculo con América Latina solo puede mantenerse si existe una fuerte voluntad política.

En primer lugar, al más alto nivel: con doce viajes oficiales a la región, François Hollande ha encarnado mejor que nadie esta determinación francesa. La creación en 2015 de un cargo voluntario de enviado personal del Presidente de la República para América Latina ha permitido completar el sistema y estar presente siempre que América Latina lo necesitara.

La piedra angular de intercambio entre dos regiones, de un diálogo renovado y una mejor comprensión de los problemas comunes

En segundo lugar, a nivel parlamentario, mediante la creación de un diputado para los expatriados franceses en América Latina en 2012, que ganaría en importancia si se comprometiera realmente a garantizar un vínculo con nuestros expatriados franceses, si encarnara una herencia, una historia, y si formara parte de un verdadero apego a la tierra latinoamericana. Por último, en el plano del diálogo multimodal, a través de la Semana de América Latina y el Caribe que, mediante celebraciones culturales, suele dar lugar a debates políticos de alto nivel. La Semana de América Latina y el Caribe debe considerarse una piedra angular para el intercambio entre dos regiones, para un diálogo renovado y para una mejor comprensión de los problemas comunes.

En un momento en el que Francia se enfrenta a problemas de identidad, tiene mucho que ganar si se dirige a América Latina para aprender de sus sociedades diversas y mixtas, que han sido capaces, a pesar de las dificultades, de definir una forma de convivencia.
Con la crisis de COVID, nuestras historias se superponen una vez más. América Latina duda de sí misma como nosotros dudamos de nuestro propio futuro. El contrato social que estuvo en el centro de la crisis de los chalecos amarillos está resurgiendo al otro lado del Atlántico. Las desigualdades que se habían resuelto en gran medida bajo los gobiernos de izquierda están resurgiendo. El contexto es especialmente explosivo, la más mínima medida fiscal y presupuestaria que se viviera como una ruptura adicional de un contrato social ya muy frágil provocaría irremediablemente nuevas revueltas cuyo resultado nadie puede predecir. Chile ha encontrado una salida pacífica al optar por transformar su Constitución para satisfacer las nuevas aspiraciones legítimas. Queda por ver si esto será una inspiración para el continente.

Al reabrirse las venas de América Latina, la Semana de América Latina y el Caribe representa una oportunidad única para afirmar la hermandad con los pueblos que conservan de Francia el ideal de libertad e igualdad. Lo que se sembró entre 2012 y 2017 permanece, el terreno es fértil para fortalecer las relaciones, solo falta renovar esas marcas de afecto.

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