En la historia de los pueblos existen aportes hechos por hombres y mujeres excepcionales. Hombres y mujeres que no caminaron solos, sino en comunidad de ideales, en lucha compartida, en fraternidad de causa. En la República Dominicana tenemos grabados con fuego tres nombres: Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella. Padres de la Patria, cada uno distinto, cada uno necesario. Ninguno sustituible.
Pues bien, cinco siglos antes, en el mismo suelo dominicano, se dio otra trinidad que no fundó una nación política, sino algo también trascendente: la conciencia moral de América frente al dolor de la conquista. Me refiero a Fray Pedro de Córdoba, Fray Antón de Montesinos y Fray Bartolomé de Las Casas. Los tres fueron dominicos. Los tres entregaron su vida a favor de los pueblos originarios. Y los tres, como los padres fundadores de la República, actuaron con valor, fe y visión en tiempos de oscuridad.
Pedro, el Duarte de la conciencia cristiana, Juan Pablo Duarte fue el gran ideólogo, el sembrador de la idea nacional. Su papel no fue el de las armas ni el del estruendo, sino el del pensamiento y la visión. Así fue también Fray Pedro de Córdoba. Llegó a La Española en 1510 como prior del primer grupo de dominicos misioneros. Desde el silencio del claustro, diseñó una nueva forma de evangelizar: con respeto, con ternura, con justicia. Enseñó que el indígena no era inferior, que tenía alma, derechos, dignidad. Fue mentor de Montesinos y de Las Casas, como Duarte lo fue de Sánchez y Mella. No buscó protagonismo, pero sin Pedro, no habría habido sermón ni defensa legal de los indios. Fue la raíz profunda de un árbol que todavía da frutos.
Montesinos, el Mella que alzó la voz, El 15 de diciembre de 1511, Fray Antón de Montesinos, joven dominico, subió al púlpito de Santo Domingo y pronunció el primer grito profético del continente:
“¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Estos no son hombres?”
Fue como el trabucazo de Mella en la Puerta del Conde. Un acto de valentía que desató la historia. Así como Mella rompió el silencio colonial con un disparo, Montesinos lo hizo con palabras. Fue el primero en enfrentar a los poderosos, en desafiar al sistema, en llamar al pecado por su nombre. Su voz fue escándalo, pero también fue semilla. Como el Mella político, Montesinos no se quedó en la denuncia, sino que entregó su vida misionera en tierra firme, defendiendo comunidades indígenas con el cuerpo y el alma.
Las Casas, el Sánchez que luchó hasta el final, si Duarte es la idea y Mella el impulso, Sánchez fue la fidelidad y la perseverancia. El que cargó con el peso de la gesta cuando los demás flaqueaban. Así fue Fray Bartolomé de Las Casas, el encomendero convertido por el sermón de Montesinos. Abandonó el oro y el poder para abrazar la cruz del Evangelio. Fue quien llevó la lucha al plano legal, filosófico y político. Escribió, viajó, debatió, interpuso recursos ante la Corona. Su batalla por los derechos indígenas no cesó nunca. En la célebre Controversia de Valladolid enfrentó a Juan Ginés de Sepúlveda con pasión y argumentos, con la doctrina de Pedro de Córdoba en el corazón y la voz de Montesinos como estandarte.
Como Sánchez, Las Casas fue el que tomó responsabilidades cuando todo parecía perdido, y la llevó hasta la meta. Si Pedro fue el plan y Montesinos el trueno, Las Casas fue el arquitecto de una nueva conciencia jurídica y evangélica.
Así como Duarte, Sánchez y Mella nos dieron la patria política, Pedro, Montesinos y Las Casas nos legaron la patria moral y espiritual del continente. En sus pasos se originó el concepto de derechos humanos en América; en sus palabras nació la teología del respeto cultural, la pedagogía de la misericordia y la lucha contra la esclavitud.
Hoy, mientras se impulsa el proceso de beatificación de Fray Pedro de Córdoba, figura aún no suficientemente reconocida, es justo recordar que sin él no habría existido el Montesinos profeta, ni en Las Casas reformador. Como sin Duarte, no habría habido República para Sánchez ni gesta heroica para Mella.
La historia dominicana y la historia eclesial tienen muchas deudas cruzadas. Este es el momento de unirlas simbólicamente, de enseñar a nuestros jóvenes que antes de los tratados y las constituciones, hubo hombres que soñaron con justicia y se atrevieron a vivirla hasta el martirio moral.
Porque la verdadera patria se construye con ideas, con gestos y con sangre. Y estos seis hombres, tres frailes y tres patriotas, supieron darlo todo por la libertad, la dignidad y la verdad.