Preocupa la falta de empatía. Preocupa la falta de amor y solidaridad con el prójimo. Aterra la frialdad con que algunos arrebatan la vida a otros, por ira, por rencor o simplemente por apropiarse de alguna posesión de esos otros.

Hace tiempo que la gente ha perdido la fe y la confianza en los demás.

El egoísmo se ha convertido en ley de vida. Así, no importan los problemas, el dolor, los sueños y anhelos de nadie, excepto los propios.

Los principios y buenas costumbres, parecen cosas del pasado.

Tener lo que se desea, más por las malas que por las buenas es el motor para cada vez más personas.
Traicionar la confianza de quien no espera otra cosa de vuelta que lealtad y gratitud, ya no es extraño.
Es más, cada vez es mayor el número de personas que se sientan a esperar recibir mal a cambio de haber hecho un gran bien.

Lo material está por encima de todo y de todos. Nada vales si nada tienes. La lista de amigos y “afectos” de una persona será tan extensa como lo sea la cifra en su cuenta bancaria.

Así medidos, así valorados, poco queda que esperar u ofrecer, si con lo que se cuenta es únicamente con obsoletos valores como la lealtad, solidaridad y honestidad.

Es de esta manera, como cada día se ha devaluado la vida.

Matar o morir por cualquier tontería es cosa de todos los días.

La vida, ese que es el mayor de los bienes que poseen los seres humanos ha cedido su espacio al último celular, a un monto de dinero, cualquiera que sea, a un vehículo último modelo, en algunos casos a una prenda o a lo que sea que se pueda vender o comprar.

Los cristianos, desde hace años, advierten que para el final de los tiempos, el amor en el corazón de los hombres se enfriaría a tal punto, que existiría amor entre hermanos o entre hijos y padres.

Así vemos como se matan unos a otros, sin importar el grado de consanguinidad que exista entre víctimas y victimarios.

Definitivamente la humanidad lleva un mal rumbo. Eso es malo, pero peor aún es saber que cada vez, esta forma de vida es vista como normal.

Es muy lamentable que los unos esperen que los otros hagan lo necesario para mejorar, sin darse cuenta que es cosa de cada quien, que el cambio comienza por uno mismo, para luego extenderse a los demás, que el orden empieza en casa antes de notarse en las calles, que hay que sanar el alma propia antes de tratar el alma de los demás.

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