Pablo Gómez Borbón
Especial para elCaribe
Pocos filósofos han sido tan influyentes como Maquiavelo. Al mismo tiempo, pocos han sido tan incomprendidos y desacreditados. Tal incomprensión y tal descrédito se explican por un hecho incontrovertible: pocos de sus críticos han leído su obra. No está de más, por ende, esclarecer la esencia de su pensamiento.
Maquiavelo no fue un caso aislado. Otros, como él, se decantaron por el realismo político. Algunos, como Hobbes, han gozado de igual fama. Otros son menos conocidos. Pero esta corriente de la filosofía política ha pervivido hasta nuestros días. Los trabajos de pensadores como Hans Morgenthau, Carl Schmitt, Reinhold Niebuhr y Raymond Geuss dan fe de ello.
Maquiavelo no inventó nada nuevo. Apenas si sacó conclusiones de sus análisis de las conductas de los políticos exitosos que lo precedieron. Existieron, incluso, filósofos que se le adelantaron. Tal es el caso del indio Chanakya, quien vivió 18 siglos antes que Maquiavelo.
El italiano no fue un genio del mal, como muchos han querido argumentar. Como otros pensadores realistas, Maquiavelo no consideró lo que la humanidad debía ser, sino de lo que había demostrado ser. Si muchos lo consideran un demonio, quizás fue porque fue el responsable de la emancipación de la filosofía política del yugo de la Iglesia católica, la cual incluyó los suyos en su larga lista de libros prohibidos.
Para Maquiavelo, un buen gobernante debe ser virtuoso, pero tal virtud no debe basarse en consideraciones morales sino en la eficacia de sus acciones. La virtù maquiavélica consiste en el pragmatismo, en la capacidad de adaptarse e incluso de influir en las circunstancias, en la astucia y en la valentía y determinación del gobernante a la hora de alcanzar sus fines y de escoger los medios necesarios para hacerlo. Pero adquirir y mantener el poder, y garantizar la estabilidad del gobierno no son para Maquiavelo el fin, sino los medios. Para él, el fin es la defensa del interés, no el de los gobernantes sino el de los gobernados, es decir, el de la sociedad.
Algunos piensan que Maquiavelo escribió El Príncipe para recuperar el favor que los Médicis le habían retirado. Sin embargo, otros consideran que su objetivo fue patriótico: ayudarlos a expulsar de Italia a potencias injerencistas como Francia y España, y a fortalecerla mediante una unificación que no se lograría sino dos siglos y medio después.
Algunos pretenden limitar la obra de Maquiavelo al opúsculo antes mencionado. Pasan por alto el “Discurso de la Primera Década de Tito Livio”, obra fundamental dedicada a las repúblicas. En ella, Maquiavelo advierte sobre la incidencia de la ambición personal, de la corrupción y del abuso del poder en la destrucción de las repúblicas; defiende la inclusión – aunque no exclusivamente – de prácticas democráticas y subraya la importancia de las instituciones y la virtù cívica. En estos tiempos en los que la democracia pasa por una de sus peores crisis, está más vigente que nunca su opinión de que los sistemas políticos necesitan ser reformados periódicamente, so pena de que tanto estos como las instituciones que los componen caigan en la decadencia. Volveré sobre este punto.
El pensamiento de Maquiavelo es demasiado profundo como para ser resumido en la frase “el fin justifica los medios”. El pensamiento de Maquiavelo es demasiado importante como para limitarse a este enunciado que, por cierto, nunca pronunció. Para hablar de él, es menester leer a Maquiavelo.