La situación que afecta al mundo desde la aparición del virus Covid-19, es cada vez más preocupante, sobre todo, por la desidia de gran parte de la población ante la necesidad de vacunarse y cumplir con las medidas sanitarias dispuestas por las autoridades.
En el caso dominicano, esto se pone cada vez más difícil, porque la gente no quiere entender que se trata de una pandemia de impredecibles consecuencias y, que por más esfuerzo que se haga, si no comenzamos a ser obedientes, seguiremos en constante riesgo.

La aparición de nuevas sepas, la escasez de camas en los centros de cuidados intensivos, el aumento de los contagios, es el fruto de ese descuido que reflejamos en todo, debido a que siempre comenzamos a entender cuando nos llega el golpe.

La economía sufre, la salud mental y emocional toman nuevas dimensiones en los hogares donde se registra un contagio, pues la armonía, la paz y la convivencia normal se pierden.

El Gobierno, el sector privado, médicos, enfermeras, laboratoristas, personal auxiliar, educadores y todo ciudadano consciente, se mantienen en primera línea aconsejando, tratando y cuidando de los ya enfermos y previniendo nuevos contagios.

Ahora, lo correcto sería que comencemos a reflexionar sobre esta terrible pandemia que amenaza con descomponer la cotidianidad y dejarnos sumidos en un mundo de horror y desconciertos, más aún, cuando el comercio toma parte importante, los países se endeudan cada vez más.

La vacuna no evita el contagio, pero puede prevenir la muerte por esa causa y, si esta decisión la acompañamos de una dosis de prudencia, de comprensión y apego a la vida, los desórdenes sociales disminuirían bajando considerablemente la probabilidad de contraer el virus y afectar a los demás. Hagamos un esfuerzo por nosotros mismos, para evitar que este asunto sea tan preocupante.

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