La transportación aérea se convirtió en uno de los mecanismos más efectivos de desarrollo de los pueblos a partir de la segunda década del siglo XX por la facilidad de comunicación de personas, documentos, cargas comerciales y una apertura especial de las relaciones multilaterales que, hasta entonces, eran limitadas.
Sin embargo, cuando la aeronavegación se convirtió en uno de los mercados más lucrativos de la historia, afloraron en su desempeño males que, a pesar de la tecnología, los avances logrados en el ciclo telemático y el desarrollo del conocimiento, no han podido ser curados ni sustancialmente mejorados.
Uno de estos males consiste en el mal trato a los viajeros, cuando son colocados en situaciones difíciles por las conexiones mal planeadas, la sobreventa de boletos, retención del equipaje y la sobre estimación del personal de cargo, llámese azafatas, auxiliares, personal de abordaje, etcétera.
Sin importar la línea, los abusos que se cometen con el pasajero son inadmisibles, pero a ninguna autoridad le importa, en la mayoría de los casos, para no afectar el negocio.
No es justo, que un viajero que tenga cita de negocio, compromiso social, laboral, luctuoso o personal, sea perjudicado por un personal que actúa a su antojo y, después de cobrar el importe del tiquete, le importa un comino lo que ocurra con el portador. Menos aún, si en su equipaje, por los constantes cambios en los controles y reducción de las facilidades, lleva medicinas necesarias para su salud.
Hasta que la autoridad de cada país asuma la defensa efectiva de sus nacionales y no se centren solo en los impuestos que reciben, la transportación aérea será cada vez más deficiente, ineficaz y traumática para viajeros sanos o enfermos.
Es tiempo de que los responsables de la aeronavegación comercial comiencen a pensar en fórmulas que terminen con los abusos del lucrativo negocio de la transportación aérea. Démosle un poco de valor a los premios que la naturaleza nos otorga.
