República Dominicana ha debido afrontar una serie de problemas en las últimas décadas, lo que ha retrasado un poco su desarrollo económico, social y político, en la dimensión que se esperaba desde los inicios del presente siglo.
Para colmo, los fenómenos naturales y los efectos de la más terrible pandemia de la historia “covid-19”, ha limitado aún más a las autoridades y agentes de desarrollo, en el alcance de las metas propuestas en sus respectivas agendas.

Sin embargo, el país afronta ahora un problema al que debemos ponerle atención de manera urgente, porque de seguir dándole larga, se saldrá de control. Se trata del desorden que impera en el tránsito, la falta de respeto de motoristas, transportistas y conductores privados, está convirtiendo las calles en un verdadero caos.

Si es necesario, crear una policía especial que dedique esfuerzos, con entrenamiento constante, que resuelvan este problema que afecta seriamente toda actividad, con daños severos a la economía, la salud, la educación, incluyendo la emoción de la gente que debe salir cada día a las calles.

Aquel cuerpo creado para controlar el tránsito, con Hamlet Herman y Pedro de Jesús Candelier a la cabeza, hace tiempo que perdió su esencia y, lejos de contribuir a mejorar el tránsito, lo empeora, porque sus agentes hacen de todo, menos poner orden.

Un tránsito fluido, en una sociedad en desarrollo, contribuye grandemente con la economía, a partir del ahorro en tiempo y combustible, disminuye el caos y la delincuencia, aporta a la paz y a la convivencia ciudadana, alteradas considerablemente en estos tiempos de pandemia.

Poner atención al problema del tránsito y resolver el desorden que ahora impera en las calles de Santo Domingo y otras ciudades del país, sería grandemente beneficioso y un paso importante para la presente gestión en su empeño por legarnos una sociedad mejor organizada, una nación más viable y el derecho a vivir en paz, como Dios manda.

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