Aveces me pregunto: ¿hasta dónde está consciente el ciudadano de a pie sobre la realidad sociopolítica que vive el país y si percibe los niveles de manipulación mediática -eso que se llama “opinión pública”- que emana de los actores políticos (opositores), gubernamentales y poderes fácticos que conforman el entramado súper-estructural de dominio y control en toda sociedad? Honestamente, no percibo que, en la coyuntura actual, la mayoría ciudadana tenga cabal conciencia sobre esa doble realidad en la que se define y se realiza el ejercicio del poder en nuestro país.

Incluso, voy más lejos: ni siquiera la misma posición política marcha a tono o ritmo de las múltiples agendas en escenas; y no pocas veces luce como despistada, rezagada o ausente, consciente o no, de un debate o agenda nacional cuyos asuntos neurálgicos necesitan reacción y respuestas urgentes de aquellos actores sociopolíticos que deberían estar a la vanguardia. Pero no, solo aparecen con participación a medias y respuestas esporádicas a temáticas -desempleo, seguridad ciudadana, gestión migratoria-fronteriza (aquí hay un quiebre teórico-histórico-conceptual: prácticamente, despues de Trujillo -1961- no ha habido política de Estado al respecto. Sin duda, Américo Lugo nos sigue convocando en lo medular de su pensamiento), narcopolítica, inflación y falta de inclusión social integral de una mayoría ciudadana que si no fuera por las redes sociales; a pesar del mar de información a confirmar, resulta o ha devenido en el periódico de más cobertura y expresión , sin censura o filtro, de lo que pasa en la aldea global y cosmovisión-país. Y ese pulmón ciudadano, a pesar de los riesgos y noticias falsas, hay que preservarlo evitar la impostura de leyes-mordaza o de censuras previas ya de factura estatal o privada. Porque si no, todo sería un marasmo o telaraña social. Ganaría el miedo y la evasión-social mediática impuesta; o como diría o dijo el extinto Mario Vargas Llosa, la “dictadura perfecta” para referirse al México del PRI (que tampoco hoy, no deja de tener alguna validez).

En el fondo o conjunto, es como una telaraña de agendas superpuestas -endógena-exógena- difícil descifrar y más aún para el gran público ciudadano que se debate en la sobrevivencia, la evasión social o una vida de bullicios-alegrías que proviene, quizás, de una subterránea economía a simple vista inexplicable, pero cuasi universal. Porque, ¿qué país -a excepción de unos pocos-, de alguna forma, no vive ese daltonismo socioeconómico insondable?

Entonces, resulta impostergable superar este marasmo social-mediático, empezando por un nuevo currículo educativo, una clase política y empresarial menos extractiva y unos actores gubernamentales ceñidos a otra ética pública menos porosa y de credibilidad contrastable: lo que llamaríamos transparencia pública y rendición de cuentas, no de cuentos…

Finalmente, es harto difícil saber o distinguir si avanzamos o retrocedemos -aunque hay más consciencia, creo, de esto último- en este marasmo que nada halagüeño anuncia; aunque no nos falten políticos, patriotas “apolíticos” (¿quién cree eso?), redentores sociales y proyectos presidenciales a granel. En otras palabras, ¿qué pasará en el 2028? No tengo certeza ni respuesta a mano, solo algunas sospechas, preferencias políticas y una que otra pista…; en fin, casi nada.

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