Nuestra manera de estar en el mundo es reflejo de nuestro mundo interior. Extrapolamos nuestras creencias, creemos hasta donde sabemos, amamos hasta donde entendemos, y somos sensibles como resultado de la postura interior que tenemos, evidencia de la condición prevaleciente de las peores luchas de nuestra existencia. Si bien es cierto que nuestro caminar por las noches largas de la vida produce sombras que quedan enganchadas del carácter, también sucede que la mirada se agudiza, las pupilas se dilatan en la oscura profundidad. Reflejamos al Dios que conocemos, algunos experimentaron su fidelidad cruzando el valle de sombras de muerte, otros, su amor extravagante echando fuera el temor. Quien no se ha visto como Dios le ve aún no se conoce, peor aún le desconoce.

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