Desde las fuentes cimeras, en libre caída, sus cascadas penetran las profundidades del afluente, revolviéndose de abajo hacia arriba, tal cual brota una flor o revolotea una paloma al levantarse, no hay vientos que espanten tal determinación, ni creativo que pueda improvisar tal belleza, las fuentes se abrazan, se besan, se confunden en un mismo fluir antes de ser corrientes mensajeras de vida y esperanza. El vientre del estanque comienza a alumbrar fuerzas, a inundar terrenos, a recorrer destinos. Son aguas cargadas de llamas vivas, impetuosas como el amor pero enérgicas y dulces como vino. Aliadas del cielo que bañan la piel del alma seca, cierran las grietas del olvido mientras dan de beber su irresistible música a los viajeros cansados del camino. Basta una mirada y saboreas el cielo

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