“Mi tema favorito, yo mismo”.

James Boswell

Toma a la elocuencia y retuércele el pescuezo”.

Paul Verlaine

“Siempre una obediencia ciega supone una ignorancia extrema”.

Jean-Paul Marat

La Quinta Reunión de Consulta de Cancilleres resultaría finalmente un duro golpe para la imagen internacional de la dictadura de Trujillo.  Las conclusiones de la conferencia y el grado de aislamiento progresivo en que las medidas adoptadas en los seis agitados días de sesiones sumieron al Gobierno dominicano señalarían el punto de partida de su descalabro definitivo.

Dos meses después y así, las acciones expedicionarias de junio alcanzaban en el plano político-diplomático lo que les resultó imposible conseguir en el plano militar.  La diplomacia trujillista había realizado enormes exhibiciones de audacia y capacidad, pero nada de eso funcionó.

La Declaración final aprobada por los ministros como resolución primera de la conferencia, en sus considerandos y en su parte sustantiva, constituían una denuncia abierta de la dictadura.  No mencionaba directamente al régimen dominicano pero estaba, sin lugar a dudas, redactada con la vista puesta en la situación imperante en aquel país del Caribe.  Trujillo había movilizado a la OEA en una tentativa estéril de responsabilizar de los ataques expedicionarios sufridos en junio a los gobiernos de Betancourt, en Venezuela, y de Castro, en Cuba.  Estos eran sus dos principales enemigos y en el más grande y crucial enfrentamiento diplomático había perdido la batalla.

La Declaración de Santiago de Chile ponía en claro que la armonía entre las repúblicas americanas sólo podía ser efectiva en tanto el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y el ejercicio de la democracia representativa, fueran una realidad en el ámbito interno de cada país.  Los cancilleres reconocían, para consternación del Generalísimo, que de acuerdo con la experiencia, “la falta de acatamiento de tales principios es fuente de perturbación general”.  Esa perturbación era la causa de las emigraciones que suscitan “frecuentes y graves tensiones políticas” entre el Estado de donde proceden y los Estados que las recibían.

Pero, además, la existencia de regímenes antidemocráticos constituía, al entender de los gobiernos americanos, “una violación” de los principios mismos en que se funda la OEA, y un peligro para la convivencia solidaria y pacífica en el Hemisferio.  La Declaración consideraba conveniente enunciar, algunos principios y atributos básicos del sistema democrático, como se conocía y practicaba en el continente, a fin de dar oportunidad a la opinión pública, nacional e internacional, a “determinar el grado de identificación de los regímenes políticos y de los gobiernos con aquel sistema”.  De ese modo, se creía contribuir a la erradicación de las formas de dictaduras, despotismo o tiranía “sin quebrantar el respeto a la facultad que tienen los pueblos de escoger libremente sus formas de gobierno”.

La parte sustantiva de la Declaración de Chile resultaba todavía más demoledora para el régimen de casi treinta años de Trujillo.  Los ocho puntos de esa parte del documento podían ser señalados como dirigidos a condenar la férrea estructura de poder prevaleciente en la pequeña nación caribeña.  Veamos:

1. El principio del imperio de la ley debe ser asegurado mediante la independencia de los poderes y la fiscalización de la legalidad de los actos del gobierno por órganos jurisdiccionales del Estado.

2. Los gobiernos de las repúblicas americanas deben surgir de elecciones libres.

3. La perpetuación en el poder, o el ejercicio de éste sin plazo determinado y con manifiesto propósito de perpetuación, son incompatibles con el ejercicio efectivo de la democracia.

4. Los gobiernos de los Estados Americanos deben mantener un régimen de libertad individual y de justicia social fundado en el respeto de los derechos fundamentales de la persona humana.

5. Los derechos humanos incorporados en la legislación de los Estados Americanos deben ser protegidos por medios judiciales eficaces.

6. El uso sistemático de la proscripción política es contrario al orden democrático americano.

7. La libertad de prensa, de la radio y la televisión, y en general la libertad de información y expresión son condiciones esenciales para la existencia de un régimen democrático.

8. Los Estados Americanos, con el fin de fortalecer las instituciones democráticas, deben cooperar entre sí en la medida de sus recursos dentro de los términos de sus leyes para consolidar y desarrollar su estructura económica, y con el fin de conseguir justas y humanas condiciones de vida para sus pueblos.

Para hacer más amarga la situación, el numeral ocho de la Declaración reconocía, de hecho, la validez del planteamiento cubano sobre el subdesarrollo económico, a cuya inclusión en el temario de la conferencia el gobierno de Trujillo se había resistido con tanto vigor.  Ni siquiera la resolución aprobada en referencia al tema uno de la Reunión, sobre la situación de tensión internacional en el área del Caribe, resultó del todo satisfactorio para el régimen dominicano.  Se interpretaba así, por cuanto la reafirmación del principio de no intervención formulada en la misma no estaba asociada a las denuncias de agresión a su territorio, como pretendía, sino más bien constituía un llamado general a favor de un compromiso por la paz.

Los cancilleres invitaban a “los pueblos y a los gobiernos de América para que dentro de un espíritu de concordia y buena voluntad depongan toda actitud que pueda comprometer la paz y la seguridad, a fin de permitir la restauración de la armonía continental”.

El punto dos de esta resolución, tampoco ofrecía motivos de alegría para el equipo de Herrera Báez.  Se limitaba a recomendar, a todos los Estados miembros de la OEA, “la estricta observancia del principio de no intervención y el cumplimiento de las obligaciones provenientes de los instrumentos jurídicos vigentes del Derecho Internacional Americano, destinados a preservar la independencia y la soberanía de los Estados”.

Con todo y lo decepcionante que serían, las conclusiones no tomaron del todo desprevenida a la delegación oficial y, probablemente, tampoco a Trujillo.  En su “memorándum confidencial” del 15 de julio, Díaz Ordóñez había sacado un cálculo bastante realista de las posibilidades en esta cita hemisférica y la “Superioridad” le confirmó haber tomado nota de sus atinadas observaciones.

Parecían ser muchos contra uno solo; el peligro contra el cual prevenía el representante ante la OEA.  Es posible que consciente de sus escasas posibilidades de obtener el respaldo de una mayoría de países, el canciller Herrera Báez intentara, por todos los medios, reducir el debate de la conferencia a una confrontación personal entre él y el  ministro de Cuba, Raúl Roa.  Pero los excesos incurridos en el esfuerzo terminaron por debilitar los argumentos en que sostenía sus posiciones.

Los diarios y cada vez más agrios choques verbales con Roa, que el canciller dominicano reportaba sistemáticamente al vicepresidente Balaguer y al mismo Trujillo, tal vez tuvieran como propósito salvar su propia responsabilidad como Plenipotenciario de la delegación.  No se explica, de otro modo, la vehemencia con que él describía sus propias intervenciones ante la prensa chilena, y sus colegas de otros países y frente a los ataques violentos de las rivales delegaciones de Cuba y Venezuela.

No hay duda de que el trabajo de la delegación hizo menos pesada la carga de Trujillo, evitándole, posiblemente, decisiones más costosas en el plano político.  Las impresiones favorables que las gestiones personales de Herrera Báez, en visitas a periódicos, entrevistas radiales, conversaciones privadas con otros ministros e, incluso, algunas exposiciones jurídicas, contribuyeron inobjetablemente a rodear a la delegación de un clima de menos hostilidad del que se esperaba.

Sin embargo, el tono inalterablemente optimista que el Canciller imprimiera hasta el final a sus reportes a Ciudad Trujillo, pudieron haber contribuido a crear expectativas injustificadas, que no se correspondían con la evolución de los acontecimientos en el seno de la Reunión de Consulta de los Cancilleres.  Examinemos algunos ejemplos: horas después de su llegada a Santiago, el 10 de agosto, Herrera Báez cablegrafió al vicepresidente Balaguer para informarle del exitoso recibimiento que se le tributara, viéndose desde ese momento “constantemente abordado por periodistas y representantes de las más importantes cadenas de radio chilenas”, respondiendo a todos los asuntos.  Como, por ejemplo, su esperanza que esta cita pudiera ser calificada como “la consulta de la no intervención”.

Sus mensajes posteriores estaban llenos de elogios a su propia gestión.  Al día siguiente de su llegada, se reunió con el canciller brasileño Horacio Lafer, en la sede de la misión diplomática de ese país, acompañado del embajador Díaz Ordóñez.  La versión de esa entrevista descrita por el mismo Herrera Báez en un cable semicifrado, es un vivo ejemplo, al igual que muchos otros, de sobrestimación de las oportunidades dominicanas en la conferencia.

Tras una larga exposición acerca del intercambio de pareceres con el ministro, del que podía esperarse una cálida cooperación brasileña, el secretario dominicano de Relaciones Exteriores, observaba que a su paso por Lima había visto en diarios declaraciones intemperantes del Canciller venezolano.  Si ese era el espíritu con que se venía a la reunión “su fracaso puede asegurarse”.  En cambio, recordaba al Canciller Lafer sus “declaraciones conciliatorias que deliberadamente he hecho a mi llegada a Santiago de Chile, las cuales han sido puestas de relieve por los diarios”.

El canciller del Brasil estimaba que él había expuesto “con claridad y franqueza” los puntos de vista de la delegación dominicana.

El 12 de agosto, fecha de apertura de la conferencia, Herrera Báez remitió otro extenso informe detallando la buena acogida que la prensa chilena daba a sus actuaciones, especialmente a aquellas relacionadas con la defensa del régimen.  En su país, decía, y así lo recogía el Diario Ilustrado, se estaban resolviendo los problemas económicos y sociales dentro de un ambiente de paz y libertad.  “Hemos llevado la educación a las masas populares y apenas si hay una modesta aldea alejada que no tenga escuela.  Las estadísticas de analfabetismo se reducen rápida y eficazmente”.  Como demostración de que todos los diarios dominicanos gozaban de garantías, Herrera Báez citaba que los mismos reproducen “todos los embustes que se escriben en el extranjero como parte de la leyenda negra estimulada por comunistas”.

Esta clase de declaración no tenía posibilidad alguna de influir en el curso de las deliberaciones de la conferencia, pero encontraba eco en los medios chilenos y, por supuesto, encantaba a Trujillo.

Algunos de los excesos retóricos del Canciller herían la sensibilidad de sus colegas y necesariamente se volvían en contra de las aspiraciones de su delegación.  Tal era el caso, por ejemplo, de su primer y fortísimo encontronazo con el canciller Roa, en la plenaria inaugural, al responder acusaciones de éste de que en territorio quisqueyano se preparaban expediciones armadas contra Cuba.  Como el mismo Herrera Báez detallara en uno de sus cablegramas del día al Gobierno, le respondió diciendo que la única expedición que había partido de su país era la que fue a buscar allí el prócer cubano José Martí y que resultó en la independencia y la libertad de Cuba, obra del dominicano Máximo Gómez.  Las referencias históricas de esta naturaleza, en el contexto de una confrontación como la que tenía lugar en Santiago de Chile, no resultaban del agrado de las demás delegaciones.  Una cosa nada tenía que ver con la otra.

Herrera Báez se vanagloriaba también de la justificación que había hecho del genocidio de haitianos cometido por Trujillo en 1937 y que en su momento diera origen a difíciles controversias internacionales que contribuyeron a erosionar la imagen y credibilidad de Trujillo en el resto de la comunidad hemisférica. 

El funcionario sostuvo que el Gobierno de su país “siempre ha demostrado su devoción a los métodos pacíficos para la solución de las controversias internacionales como lo demuestra la acción  diplomática llevada a término por el Generalísimo Trujillo para resolver definitivamente el problema de límites con la República de Haití”.  Sin embargo no hizo mención alguna del asesinato de miles de refugiados haitianos, que constituía la causa principal de dicha controversia.

En otro informe cablegráfico a Balaguer, el Canciller se preciaba de sus contactos, los cuales ponían de relieve “en contraste con actividades de ciertas delegaciones (la de Cuba), que mientras aquellos sólo buscan apoyo de elementos al margen de los valores verdaderamente representativos de esta nación (Chile), la delegación dominicana por el contrario mantiene contactos con las fuerzas más representativas y verdaderamente prestigiosas” de Chile.

El 13 de agosto, despachó otro mensaje describiendo la “expectación” causada por su discurso y la inquietud que el mismo provocara en su rival, el canciller Roa, manifestando que se le consideraba como “una exposición cerrada y sólida sobre la posición dominicana que ha motivado múltiples felicitaciones de parte de los demás cancilleres, de periodistas y público en general”.  Su percepción entonces de la evolución de los debates denotaba ya los signos de ese optimismo sin fundamento que transmitió constantemente a su gobierno.  Decía, por ejemplo, que “la tónica dominante y decisiva” de los oradores era la no intervención, notas sobresalientes, asimismo, en los discursos del Presidente de Chile, Jorge Alessandri y del Secretario de Estado norteamericano Christian Herter.

Ese mismo día, en un cablegrama matutino, se informaba de la asistencia de Herrera Báez, en compañía de los demás miembros de la delegación, a un banquete la noche anterior.  En aquella oportunidad, “numerosos delegados y embajadores se acercaron” a los dominicanos “para felicitarlos por el discurso de ayer en la plenaria”, ponderando su calidad y su tono.  Entre los felicitantes estuvieron el propio secretario general de la OEA, doctor José A. Mora, quien habría elogiado particularmente la parte del discurso referente al nuevo concepto de controversia internacional, calificado con el término de tensión política internacional.  Como nota curiosa resaltaba que el único canciller ausente había sido Roa, respecto a lo cual, el secretario general de la conferencia y subsecretario de la cancillería chilena, doctor Melo Lecaro, le hizo la confidencia de que tal ausencia era a causa del disgusto que le provocara el discurso del presidente Alessandri.

Herrera Báez remitió el 15 de agosto un cablegrama a Trujillo, para detallarle los respaldos que la delegación continuaba recibiendo.  Citaba, por ejemplo, que en una recepción ofrecida la noche anterior por el canciller de Argentina, Diógenes Taboada, recibió “efusivas demostraciones de solidaridad con motivo del reciente choque que tuve con el canciller comunista cubano”.  El apoyo era de tal magnitud que “todo el mundo sigue ponderando la justa y elevada actitud que asumimos y todos reconocen que cuando se representa a un gobierno y a un país reacciones como la mía son las que deben esperarse cuando se toca la dignidad de la representación que se ostenta”.

“No me cansaré de reiterar que estamos recibiendo demostraciones de simpatía muy significativas de parte de las personas que realmente significan y valen en este país”, señalaba el Canciller al Generalísimo.

Todas estas manifestaciones contribuían con seguridad a formar una opinión en Ciudad Trujillo completamente alejada de la realidad que se vivía en Santiago de Chile.  De la misma manera que los innumerables avisos del coronel Abbes García acerca de la “inminencia” de invasiones armadas finalmente despistaron a las autoridades sobre la fecha de las expediciones de junio, los reportes pletóricos de confianza del Canciller desvirtuaron la perspectiva del Gobierno respecto a la evolución de la conferencia ministerial y lo que se podía esperar de ella.

No siempre los debates de estas expertas y cultas figuras se mantenían dentro del marco del respeto personal, y muchas veces dieron paso a escenas lamentables de ataques personales fuera de tono.  Fue el caso de la plenaria de clausura, cuando por última vez se enfrentaron Herrera Báez y Roa.  Es realmente impresionante la versión del incidente que el dominicano transmitió la noche del día 18 al vicepresidente Balaguer.

“Esta tarde, al final de la Plenaria de clausura de la Reunión de Consulta de Cancilleres, después que agotara su turno el Canciller de Haití para revelar los hechos relacionados con la invasión de Haití por elementos del Gobierno Revolucionario Cubano, tomó la palabra el canciller comunista cubano Roa para referirse a los hechos revelados por el Canciller haitiano y denegarlos hipócritamente.  Esta oportunidad la aprovechó también para hacer una exposición larga pero inconexa y precipitada de lo que él llama la invasión de Cuba por fuerzas del  Gobierno dominicano.  Después que hubo terminado su exposición tomé la palabra para decir, en primer término, que los hechos revelados por el Canciller haitiano probaban un conocido proverbio dominicano que dice que al perro huevero ni que le quemen el hocico.  Señalé con energía que había en el plenario un delincuente internacional reincidente que por cinco veces se le estaba viendo comprometido en expediciones subversivas contra países de América y que ese régimen, el régimen de facto cubano, se componía de delincuentes internacionales y que identificaba con ese calificativo al Primer Ministro de Cuba, Fidel Castro, quien es el instigador y realizador de todas esas expediciones subversivas”.

Herrera Báez continuaba relatando lo siguiente:

“Agregué que era sorprendente que un gobierno como el régimen de delincuencia internacional de Fidel Castro viniera a la Quinta Reunión de Consulta de Cancilleres a hacer acusaciones como la que acababa de hacer en nombre de un régimen de facto que insulta y se burla de la OEA, como no menos que ayer había vuelto a referirse en los términos más injuriosos a la OEA.  Agregué que todo el que se deja crecer la barba y baja de una montaña no es un Moisés que desciende con las tablas de la Ley; que Fidel Castro, el hombre que se dejó crecer la barba y bajó de la montaña no trajo más que el crimen  a su país y la delincuencia internacional en el área del Caribe.  Expresé también que mi delegación rechazaba como prefabricadas las llamadas pruebas que exhibía desde su asiento el canciller cubano y que era muy fácil aprovechar la sesión de clausura de la reunión para hacer esas acusaciones y traer esos documentos cuando se sabe que ya no se podían examinar cómo debía examinarse contradictoriamente”.

Si la situación se reducía a la presentación de papeles, la delegación dominicana traía los suyos, recordó, para demostrar la complicidad del régimen castrista en las expediciones realizadas a su país en junio pasado.  El informe de Herrera Báez abundaba aún más respecto a su último choque con Roa, concluyendo con el consabido auto reconocimiento de su actuación.  “Los demás compañeros de delegación han podido recoger entre los delegados y periodistas, comentarios muy favorables de la actitud de la delegación dominicana frente a las imputaciones de Cuba”.

Antes de abandonar la capital chilena, el canciller Herrera Báez desarrolló otras dos actividades oficiales.  Sostuvo primero una entrevista privada con el secretario de Estado Herter, en la suite de éste en el Hotel Carrera, “donde tuve un grato intercambio de impresiones y renové el propósito inalterable de colaboración” entre ambos gobiernos.  Y luego ofreció una rueda de prensa para desvirtuar nuevamente las acusaciones lanzadas en la plenaria de clausura por el Canciller de Cuba.

De ambas informó inmediatamente al vicepresidente Balaguer, señalando que la posición del país “encuéntrase definitivamente realzada ante la opinión pública chilena”.

La Quinta Reunión de Consulta de Cancilleres quedaba atrás.  Los discursos eran ya solo reminiscencias de un debate agrio y prolongado.  Pero allí había cobrado fuerza política el frustrado intento de junio de erosionar, por medio de una acción armada, la rígida estructura de poder sobre la cual Trujillo erigía la más añeja y sangrienta dictadura americana. Ahora la derrota de junio sólo lo era en el campo estrictamente militar.  El comienzo del fin de la “Era de Trujillo” había comenzado

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