La política: de ciencia pura a basurero

Cuando el ideólogo de nuestra nacionalidad, general de ejército Juan Pablo Duarte, definió la política como “la ciencia más pura y la más digna, después de la filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”, se estaba refiriendo a la política en un mundo ideal, quizá proyectando el espacio y el tiempo que él compartía en la primera mitad del siglo XIX.

Cuando el ideólogo de nuestra nacionalidad, general de ejército Juan Pablo Duarte, definió la política como “la ciencia más pura y la más digna, después de la filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”, se estaba refiriendo a la política en un mundo ideal, quizá proyectando el espacio y el tiempo que él compartía en la primera mitad del siglo XIX.

Desde entonces la política ha evolucionado, como ciencia, a un lugar mucho más prominente, pero como práctica cotidiana en la lucha por el poder, ha degenerado a los planos más ruines de la condición humana, donde se llegan a utilizar todas las armas por innobles que sean.

Varios de los teóricos de la política la definen como una expresión de la guerra, pero sin armas. Muchos la practican sin arma y también sin alma, pues son capaces de recurrir a los más degradantes recursos con tal de posicionarse.

En algunos casos se emplean mecanismos sutiles para enfrentar adversarios en aspectos diferenciados de la lucha política, pero al final el objetivo procura derribar contrarios, ya sea directamente o golpeando piezas clave.

Es el caso del proceso que se dirime actualmente en un tribunal dominicano, el cual conoce de una demanda por difamación e injuria presentada por el ministro administrativo de la Presidencia de la República, licenciado José Ramón Peralta, contra el agrónomo Leonardo Faña, alto dirigente del Partido Revolucionario Moderno.

¿Tenía el señor Faña la intención de golpear moralmente al señor Peralta o fraguó una forma de impactar, de carambola, al presidente Danilo Medina y de paso al Gobierno en su conjunto? No lo sabemos.

Lo que sí está claro es que al formular sus reiteradas denuncias y no poder probarlas en las múltiples audiencias que ha celebrado el tribunal apoderado, manchó el buen nombre de una persona—no tanto en el plano político, que con frecuencia suele ser pasajero—sino que atentó contra el derecho a la justa fama que es inherente a todos los ciudadanos.

Y es aquí donde el ejercicio de la política con fines malsanos choca frontalmente con el razonamiento esbozado por el patricio Juan Pablo Duarte y proyecta una visión distorsionada que en nada beneficia a los propios políticos.

Mucha gente de a pie suele proclamar que la política es muy sucia. Lo hacen sin ningún análisis, pues carecen de la profundidad suficiente como para elaborar su criterio, sino basados en el comportamiento que observan de algunos políticos.

El total adecentamiento del quehacer político está pendiente en la República Dominicana. Y en la medida en que eso se logra se podrá disponer de espacios para discutir ideas por encima del chisme, la calumnia, la difamación y la diatriba.

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