Una de las conductas comunes que caracterizan a los partidos dominicanos es su vocación marcadamente antidemocrática, un contrasentido en una sociedad que peleó desde el nacimiento de la República por la instauración de la democracia en todas sus manifestaciones, tarea en la cual dejaron sus vidas cientos de luchadores.

Aunque se dicen democráticos, en la práctica no es real. Solo hay que darles un pequeño trecho para que afloren esos vicios que no permiten la libre competencia, algo elemental en procesos como selección de candidaturas a los cargos de elección popular, es decir, desde la presidencia de la República a la más simple de las posiciones sometidas al escrutinio ciudadano.

La reserva de candidaturas es una de las expresiones más consistentes de ese talante poco democrático de nuestros partidos, que si no se manifiesta de peor manera es porque muchas voces se alzan para obligar a las formaciones a entrar “en su propia legalidad”.

Si bien las legislaciones aprobadas recientemente —Ley de Partidos 33-19, y Ley del Régimen Electoral, primero la 15-19 y la vigente 20-23—, que de hecho son remiendos en traje de gala, por lo menos han tratado de poner algo de control a la actuación nada institucional de las cúpulas partidarias.

El punto máximo de esa conducta tendente a cercenar la libertad de acción de los militantes partidarios, se verificó en las elecciones generales de 2016, proceso para el cual las organizaciones políticas se reservaron todas, o casi todas, las candidaturas.

La referencia más patética de esa perversidad recae en el Partido de la Liberación Dominicana, en el cual, en procura de viabilizar una “cohabitación” o fementida armonización de sus intereses, se concibió la aberración de “reelección por reelección”, o sea, que ninguna de las posiciones en juego fue a votación de sus estructuras.

Ese desatino solo encajaba en el objetivo de pactar el apoyo a la continuación presidencial de Danilo Medina, provocando que todas las nuevas aspiraciones a posiciones electivas en el PLD quedaran congeladas.

¿Se puede exhibir una manifestación más antidemocrática? Imposible.

Es una de las señales más precisas de un comportamiento que, al menos en ese aspecto, aleja a las formaciones políticas de las referencias de buenas prácticas en nuestra región.

En la coyuntura actual, si se les hubiese permitido, los partidos habrían reeditado aquel proceder.

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