La mayoría de historiadores nacionales y muchos extranjeros han resaltado como una de las características particulares de la construcción de la República Dominicana el hecho de que estuvo entre los territorios del llamado nuevo mundo donde nunca existió la esclavitud.

En comparación con Haití, cuya soberanía se construyó sobre un inmenso río de sangre causado por la revuelta de los negros esclavizados, en la parte española de la isla de Santo Domingo la edificación se dio sobre otros cimientos.

Es decir, el alma nacional dominicana no abrigó odios enfermizos de los vasallos contra los amos explotadores, puesto que no existió ese fenómeno antropológico.

En fin, los haitianos vieron nacer su nación mediante un conflicto racial y de clases que derivó en la sangrienta lucha de los negros contra los blancos y contra los más pudientes, creando un profundo cisma que perdura hasta hoy.

En la República Dominicana, al nacer prácticamente sin clases explotadoras, y ante la ausencia de amos y esclavos, los conflictos clasistas no han estado presentes ni siquiera en la lucha por el poder, en la cual nos mezclamos todos prácticamente con los mismos derechos y las mismas oportunidades, aunque esto, obviamente, en términos relativos.

El profesor Juan Bosch—en Composición social dominicana—se ocupó de legar una definición sociológica de las diferentes capas sociales que, a su juicio, han existido en la República Dominicana, una estratificación que para nada ha significado, en la realidad, confrontaciones.

El propio líder político y estadista estudió el capitalismo tardío en el país, así como la ausencia de una clase gobernante—en su lugar una dominante—, pero que tampoco originó luchas de sectores en el sentido clásico.

Por todos esos rasgos peculiares se asume como algo normal que en el almuerzo los propietarios y los trabajadores consuman los mismos alimentos, aunque no se sienten en la misma mesa. En consecuencia, creemos que no reditúa electoralmente establecer una separación entre ricos y pobres como elemento de campaña.

La estrategia de los candidatos presidenciales debe dirigirse hacia otros parámetros más tangibles, por ejemplo, asumir compromisos tales como comprometerse a resolver al menos uno de los seis problemas medulares que 60 años de gobiernos sucesivos no han podido dejar atrás. Lo otro es cháchara electorera sin sustancia ni utilidad.

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