Bogotá. La mayoría de los países latinoamericanos se enfrentan a una crisis en materia de seguridad que se ha visto agravada en los últimos meses con inquietantes demostraciones de que el crimen organizado está ganando terreno.

La razón: la inacción de los Gobiernos y la falta de políticas públicas decididas a resolver un problema que amenaza con socavar la convivencia ciudadana y la institucionalidad democrática.

El narcotráfico es común denominador de los países de la región y causante de la mayoría de los homicidios, ejecutados por los sicarios, pero a este flagelo se suman ahora la trata de personas, el tráfico de armas y migrantes, y el aumento de la extorsión, problemas que hacen que la inseguridad se haya convertido en uno de los temas que más preocupan a los ciudadanos.

Está claro que América Latina “vive un retroceso en materia de seguridad”, que se profundizó con la pandemia del coronavirus, explica a EFE Jairo Libreros, especialista en política internacional y profesor Seguridad y Defensa Nacional de la Universidad Externado de Colombia.

Aunque países como Brasil, Panamá, Puerto Rico, El Salvador, Argentina y Venezuela registraron un descenso de homicidios durante 2022, la criminalidad sigue siendo un quebradero de cabeza para las autoridades.

En Venezuela, por ejemplo, delitos como la extorsión, la trata de personas, los feminicidios y los abusos sexuales están cobrando mayor virulencia y en Panamá se han registrado casos nunca antes vistos como el desmembramiento de víctimas o el ataque sicarial dentro de una escuela, que le costó la vida a un joven de 15 años en la región de Colón en octubre pasado.

En Costa Rica la situación se ha vuelto preocupante porque el año pasado se registraron 656 homicidios, un 11 % más que en 2021, alcanzando la cifra récord, por encima de los 603 registrados en 2017. Según datos del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), 6 de cada 10 homicidios cometidos en esta nación centroamericana durante 2022 estuvieron relacionados con el “ajuste de cuentas” por narcotráfico.

En Chile, la percepción ciudadana es que la inseguridad se ha disparado a un nivel inmanejable, pero las autoridades aseguran que el número de delitos no ha aumentado con respecto a años anteriores, aunque sí reconocen que son más violentos.

“Por decirlo de forma simple, si sales hoy día a la calle es menos probable que te asalten que hace diez años, pero es mucho más probable que el asaltante tenga un arma y esté dispuesto a usarla”, explica la ministra de Interior, Carolina Tohá, quien pide no politizar el problema.

Medidas excesivas y mal enfocadas

Para hacer frente a la violencia y el crimen, en Ecuador se han decretado hasta diez estados de excepción en menos de dos años desde la llegada al poder del conservador Guillermo Lasso, mientras que en El Salvador una medida similar decretada por Nayib Bukele, ya completó un año con serios cuestionamientos de organizaciones defensoras de derechos humanos, algo que no parece preocupar al mandatario.

En Honduras, también rige desde diciembre pasado un estado de excepción, y aunque su aplicación comenzó en las dos ciudades más importantes, Tegucigalpa y San Pedro Sula, ya se ha extendido a 123 de los 298 municipios, una medida que preocupa a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Medidas aceptables en algunos países

En Brasil, con el retorno de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia se recuperó el programa de seguridad impulsado en sus dos mandatos anteriores (2003-2010), con el que pretende reducir la violencia y aumentar la presencia del Estado en las periferias de las ciudades a través de programas sociales, una estrategia que supone un cambio radical en relación con la política del Gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro. También cabe destacar los cambios en materia normativa en Paraguay, cuya Cámara de Senadores sancionó en marzo pasado un proyecto de ley que modifica varios artículos del Código Penal e incorpora el sicariato como un hecho punible. El debate en el Legislativo comenzó en junio de 2022, semanas después del asesinato en Colombia del fiscal antimafia paraguayo Marcelo Pecci.

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