Jerarcas del Vaticano ayudaron a un hombre acusado de abuso sexual a convertirse en sacerdote

Jerarcas del Vaticano ayudaron a un hombre acusado de abuso sexual a convertirse en sacerdote
Jerarcas del Vaticano ayudaron a un hombre acusado de abuso sexual a convertirse en sacerdote

La presunta víctima y su compañero de cuarto intentaron acercarse a las autoridades eclesiásticas, pero estas hicieron caso omiso de las acusaciones

Las advertencias se encendieron hace ocho años, enviadas a algunas de las figuras más poderosas de la Iglesia Católica Romana, alertando sobre un posible delito de abuso sexual que destacó por encima de otros casos eclesiásticos.

El perfil del presunto abusador, por si solo, era inusual: no un sacerdote, pero sí un monaguillo adolescente, quien dicen coaccionó a un compañero a realizar varios actos sexuales noche tras noche durante seis años. Y luego estuvo la supuesta ubicación: dentro de las propias paredes del Vaticano, en un seminario juvenil para los 15 monaguillos que servían al Papa.

“Ahora mismo hay un niño que no debería estar ahí”, se lee en la carta anónima que enviaron al papa Francisco y a varios cardenales en 2013, informando al recién electo pontífice de un presunto agresor a “20 metros de donde usted duerme”.

El presunto abusador incluso había participado en la primera misa del pontífice en la Capilla Sixtina.

Para una iglesia que intenta afrontar mejor los abusos y el encubrimiento en todo su imperio, las advertencias sobre Gabriele Martinelli fueron una prueba institucional directa. Los hechos descritos en la carta anónima, así como en los relatos de la presunta víctima y de un testigo, habrían tenido lugar delante de las narices de la Iglesia. 

En 2013, las denuncias sobre Martinelli habían sido comunicadas al Papa y a un grupo de cardenales y obispos. Al año siguiente, el tercer funcionario del Vaticano escribió una carta en la que se refería a las acusaciones y afirmaba que el papa “conoce bien el caso.”

Y, sin embargo, en 2017 Martinelli fue ordenado sacerdote.

Ese resultado “fue un maldito error”, dijo Kamil Jarzembowski, un ex monaguillo que dijo en una entrevista que fue testigo de cómo su antiguo compañero de cuarto fue abusado por Martinelli “docenas y docenas” de veces.

Sólo después de la ordenación de Martinelli – a raíz de la cobertura de los medios de comunicación italianos – el Vaticano ha revisado el caso. Ha sometido a Martinelli, ahora de 28 años, a un juicio por presuntos abusos sexuales, la primera vez que la ciudad-estado procesa un caso de este tipo en su propio territorio.

El antiguo rector del seminario juvenil, el reverendo Enrico Radice, también está siendo juzgado, acusado de complicidad en los presuntos abusos. Tanto Martinelli como Radice niegan haber cometido ningún delito.

Pero una revisión del Washington Post de más de 2,000 páginas de documentos, muchos nunca antes reportados, revelaron que muchas figuras poderosas en la jerarquía de la Iglesia descartaron las advertencias y facilitaron en ascenso de Martinelli.

Los principales responsables del destino de Martinelli fueron el cardenal Angelo Comastri y el obispo Diego Coletti, quien rápidamente desestimó las acusaciones contra Martinelli como “calumnias”, de acuerdo con su propio relato. Ninguno de los dos prelados está implicado en el juicio ni en ningún otro proceso disciplinario conocido de la Iglesia.

Los documentos obtenidos por The Post incluyen cartas de la Iglesia, entrevistas con la policía, declaraciones de testigos y transcripciones de conversaciones grabadas por Martinelli y sacadas de su teléfono.

Algunos de esos documentos proceden del Vaticano y se basan en los interrogatorios realizados en el período previo al juicio, que comenzó el año pasado. Otros documentos proceden de las autoridades judiciales de Roma, que también han presentado cargos contra Martinelli y Radice por ser ciudadanos italianos.

Este relato, basado en esos documentos y en entrevistas, es la anatomía de un fracaso en el centro mismo de la Iglesia católica. 

El fracaso se deriva no sólo de los factores a menudo denunciados que tipifican los encubrimientos eclesiásticos -la preferencia por el secreto, el deseo de protegerse contra el escándalo-, sino también de la lucha de las autoridades eclesiásticas por llevar a cabo investigaciones creíbles y por comprender los aspectos del poder, la sexualidad y el consentimiento en un mundo adolescente.

El Vaticano se negó a responder a una lista de preguntas de The Post o a aceptar una invitación para compartir la opinión del Vaticano sobre los aspectos clave del caso.

Un alto funcionario de la Iglesia, que habló bajo condición de anonimato para resumir el pensamiento interno de la Iglesia, dijo que el Vaticano había creído que Martinelli “no podía ser acusado de abuso sexual” porque era sólo 221 días mayor que el compañero monaguillo. Personas familiarizadas con el caso dicen que esta suposición se reflejó en la respuesta de la iglesia a las advertencias e hizo que las autoridades pasaran por alto un factor clave en la relación entre Martinelli y la presunta víctima: Martinelli tenía el poder.

Un protegido del rector, Martinelli tenía un papel diferente al de los otros adolescentes en el seminario St. Pius X, como se conoce a las instalaciones. Repartía asignaciones para las misas papales, seleccionaba a los adolescentes que podrían estar directamente frente al papa o a su lado, con la oportunidad de unirse al pontífice después de la sacristía. Entre los estudiantes de secundaria y preparatoria que habían dejado sus casa y familias con la aspiración de servir al Papa, Martinelli era visto como el guardián papal.

Se aprovechaba de las circunstancias y ejercía una especie de dominio sobre los demás jóvenes”, dijo el clérigo, Ambrogio Marinoni, a un investigador de la Iglesia después de que Martinelli fuera nombrado sacerdote.

La presunta víctima, a través de su abogado, declinó una solicitud de entrevista de The Post, citando el juicio en curso. (The Post no publica los nombres de las presuntas víctimas de abusos sexuales.) Sin embargo, ha proporcionado relatos coherentes en cartas, en unas breves memorias no publicadas, en acusaciones legales presentadas en 2018 en el Vaticano y en una entrevista de 2019 con un fiscal en Roma.

Estos relatos describen los prolongados abusos comenzando meses antes de que la presunta víctima, entonces de 13 años, llegara al seminario en 2006. En la primera noche de ese tipo, Martinelli, de 14 años en aquel entonces, presuntamente subió a la cama del monaguilo, le bajó los pantalones y le practicó sexo oral, mientras se masturbaba.

La presunta víctima recordó sentirse “petrificado” e incapaz de reaccionar.

Dice que Martinelli siguió regresando cientos de veces en los siguientes seis años. La presunta víctima dice que ocasionalmente se defendió, trató de hacer ruido golpeando la mesa de noche o la pared, esperando espantar a Martinelli y llamar la atención del supervisor. Pero dijo que también estaba aterrorizado de ser considerado un homosexual, perder su lugar en el seminario y ser enviado de vuelto a su pueblo natal al norte de Italia, donde el calendario de su parroquia de origen mostraba una foto de él de pie junto al Papa. Por el estatus de Martinelli, dijo la presunta víctima, la actividad sexual se convirtió en “un ritual al que no pude resistir”.

Según el monaguillo, Martinelli le recalcaba su poder durante el acto sexual diciendo cosas como: “Vamos te dejaré servir la misa. Seré rápido”.

La presunta víctima también dijo que era abusado con más frecuencia cuando se acercaban las celebraciones que involucraban al Papa.

Una investigación fallida

La primera oportunidad perdida para que la Iglesia evaluara lo que pudo haber sucedido llegó en 2010, cuando la presunta víctima intentó alertar por primera vez a una figura de autoridad. En ese instante, dijo, le contó vagamente al rector, Radice, que Martinelli lo había estado molestando. Pero, de acuerdo con su relato, Radice amenazó con enviarlo de vuelta a casa e informar a sus padres que no paraba de repetir “falsedades”. La presunta víctima explicó que no trato de decirle a otra figura de autoridades durante sus últimos dos años en el seminario.

La segunda oportunidad de la Iglesia para enfrentarse a Martinelli vino de una serie de advertencias mucho más claras en 2013. La explícita carta anónima, enviada al Papa y a varios cardenales, se difundió rápidamente por el Vaticano y abrió una ventana al caso.

Alrededor de la misma época, la presunta víctima trató de hablar. Para entonces, ya no era monaguillo, pero seguía en la órbita de la Iglesia, cantando en el coro de la Basílica de San Pedro. Se reunió con un par de figuras dentro del Vaticano, y sus acusaciones fueron transmitidas al menos hasta Comastri, que como vicario general estaba a cargo del día a día de los asuntos espirituales de la ciudad-estado.

Comastri escribió que el seminario juvenil necesitaba “empezar una nueva página” y un nuevo liderazgo, pero dejó el asunto en manos de otra persona: Diego Coletti, el obispo de Como, una gran Diócesis a 400 millas al noroeste de la Ciudad del Vaticano.

Debido a una peculiaridad histórica, el seminario juvenil estaba dirigido por una pequeña asociación sacerdotal con sede en Como, conocida como la Opera don Folci, a cuyo fundador, amigo del Papa Pío XII, se le había pedido a mediados de la década de 1950 que estableciera una vía para los aspirantes a sacerdotes dentro del Vaticano.

A los ojos de algunos monaguillos, no era Coletti en Como, sino Comastri en el Vaticano, quien se erigía como la máxima figura de autoridad.

Y sin embargo, fue Coletti quien se reunió cara a cara con la presunta víctima en julio de 2013 y quien le pidió que pusiera por escrito sus experiencias. 

Fue Coletti quien recibió la carta resultante: un relato detallado en el que la presunta víctima escribía: “A día de hoy, resulta que me despierto de repente por la noche, asustado, sintiendo que hay alguien acostado en mi cama.”

Y fue Coletti quien leyó esa carta y nunca respondió, según la presunta víctima.

En cambio, el obispo se basó en la palabra del presunto abusador y del rector del seminario juvenil, que negaron rotundamente las denuncias, según los documentos de Martinelli y Radice recogidos por los fiscales romanos.

Martinelli y Radice señalaron al obispo que las rivalidades existentes en la escuela podrían explicar la invención de denuncias de abusos. Tres meses más tarde, Coletti viajó al Vaticano para reunirse con Comastri y cerrar esencialmente el caso.

En el relato de los hechos de Coletti, que escribió poco después del viaje, encontró que el ambiente en el seminario juvenil era “óptimo”. Dijo que no había “ninguna prueba” de las afirmaciones. Se hizo eco de Martinelli y Radice al sugerir que las acusaciones se debían a la competencia entre camarillas, así como a la influencia entre bastidores de un sacerdote en particular, que según él había escrito la carta anónima. Dijo que había recibido de Comastri “la confirmación de las maquinaciones y de la calumnia que subyace a las acusaciones” y que Comastri le había pedido que desestimara el caso.

“Por tanto, creo en conciencia que no es necesario seguir adelante”, escribió.

Uno de los lugartenientes de Coletti dijo más tarde que el grupo no encontró pruebas sólo porque no se habían molestado en buscar. Coletti había viajado a Roma con Andrea Stabellini, en aquel momento el máximo responsable judicial de la Diócesis de Como, que creía que las acusaciones contra Martinelli merecían un “análisis en profundidad.” Pero en lugar de eso, Coletti pasó su tiempo en Roma cotilleando sobre los clérigos y los monaguillos, dijo más tarde Stabellini a los fiscales del Vaticano, según una transcripción de su declaración obtenida por The Post.

“Ni siquiera rozamos el tema de si los supuestos hechos de abuso habían tenido lugar realmente”, dijo Stabellini.

Coletti resultaría estar equivocado sobre la carta anónima. No fue escrita por un sacerdote, sino por Alessandro Flamini Ottaviani, un compañero de seminario juvenil que había oído hablar de segunda mano de los supuestos abusos y que más tarde dijo que había sido reacio a dar su nombre.

Stabellini dijo que los prelados, mientras estaban en el Vaticano, no hablaron con ninguno de los monaguillos, incluida la presunta víctima. Dijo que una última reunión a puerta cerrada de Comastri, Coletti y el rector había durado “todo cinco minutos”. Mientras Stabellini esperaba fuera, otro sacerdote, Marinoni, le susurró que el caso tenía fundamento.

“Cuando terminó la reunión entre los tres, me dirigí al obispo Coletti con una expresión de duda”, dijo Stabellini a los fiscales del Vaticano.

Recordó que Coletti le dijo: “Ahora, el asunto está cerrado”.

Recordó también que Comastri dijo que la investigación había terminado “por el bien de la Iglesia”.

Camino al sacerdocio

Martinelli se trasladó al Seminario Pontificio Francés, un conocido centro de formación clerical situado a pocas manzanas del Panteón de Roma. Aunque se le había eximido de toda culpa, los documentos eclesiásticos sugieren que los funcionarios del Vaticano seguían sintiendo la necesidad de vigilarlo de cerca.

“Le pido la cortesía de tener un cuidado especial con el mencionado seminarista”, escribió el entonces obispo Angelo Becciu, tercer funcionario del Vaticano en ese momento, al nuevo rector del seminario francés en una nota que hacía referencia a las acusaciones de abuso. Becciu dijo que su petición venía “en nombre del Santo Padre Francisco, que conoce bien el caso”.

(Becciu, que fue destituido por Francisco de su cargo el año pasado, se enfrenta a cargos de malversación y abuso de funciones en un caso financiero no relacionado y se enfrentará a un juicio en el Vaticano a finales de este mes).

Martinelli, en la gran jerarquía de la Iglesia, era un don nadie. Pero en sus años en el seminario de jóvenes, se había convertido en un elemento de la realeza eclesiástica. También encarnaba algo de valor: Era un joven que podía ser sacerdote. De todos los monaguillos que habían pasado por el seminario juvenil, sólo unos 200 habían llegado a ser clérigos. Menos aún habían manifestado su voluntad de convertirse en sacerdotes de la Opera don Folci, la asociación que dirigía el seminario.

La Ópera había sido un grupo poderoso y bien financiado. Pero se había reducido a una docena de clérigos, en su mayoría ancianos, que operaban en una región del norte de Italia con una gran escasez de sacerdotes. Allí es donde Martinelli también serviría, si se ordena. Radice, el rector, que también era miembro de la Ópera, describiría más tarde a Martinelli durante el juicio como un líder en ciernes.

Para actualizar el progreso de Martinelli, el seminario francés envió cartas a la Diócesis de Como marcadas como “confidenciales”. Estas anotaciones equivalían a cartas de reporte, describiendo a Martineli como aprendiz francés, voluntario en un hospital y con los grupos exploradores, teniendo “buenas relaciones fraternales” con sus compañeros que aspiraban a ser sacerdotes. Pero también mostraron cómo las conclusiones iniciales de Comastri y Coletti se afianzaron con el paso del tiempo.

“Un persistente signo de interrogación sobre las graves acusaciones, escribió el rector del seminario francés, Antonine Hérouard, en 2015.

“Cada vez es más probable que la sospecha planteada… hace algunos años haya resultado infundada”, escribió Hérouard al año siguiente.

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