Monseñor Amancio Escapa

Conocía al padre Amancio Escapa Aparicio desde muy joven. Vivíamos en ese entonces en Naco y mi familia era parte de la parroquia de San Judas Tadeo. Llega a nuestro país con apenas veinte y seis años y de inmediato se integra a la docencia en…

Conocía al padre Amancio Escapa Aparicio desde muy joven. Vivíamos en ese entonces en Naco y mi familia era parte de la parroquia de San Judas Tadeo. Llega a nuestro país con apenas veinte y seis años y de inmediato se integra a la docencia en el Colegio San Judas Tadeo, de la Orden de los Carmelitas Descalzos.

Ser sacerdote representa un enorme sacrificio y una verdadera entrega a la fe, pero lo es mucho más para estos jóvenes que salen, como monseñor Amancio, de un pequeño pueblo de España como lo es Cistierna, municipio de apenas 97 kilómetros cuadrados de extensión y una población que hoy apenas supera los 3,000 mil habitantes y abandonan familia y amigos, sin saber cuándo se puede regresar a verlos.

Para el joven sacerdote fue aún mucho más difícil, tenía un hermano gemelo idéntico, el padre José María, el cual adoraba y extrañaba. Sin dudas, uno de los momentos más duros de su vida fue cuando su hermano falleció, la tristeza que lo embargó fue inmensa y me atrevería decir que nunca lo superó.

Los gemelos idénticos se comportan de manera similar, tanto es así que en el caso de los hermanos Escapa, ambos se ordenaron sacerdotes y recuerdo en una conversación con el padre Amancio, en la primera oportunidad que su hermano nos visitó, me contaba que múltiples veces, a pesar de las distancias, sufrían de las mismas enfermedades y que se llamaban porque uno o el otro percibía el malestar físico del otro.

También recuerdo que muchas personas que participaban en misa, pensaban creer ver doble, porque realmente eran idénticos y verlos concelebrar misa era una verdadera alegría. Con los años logré distinguir entre los padres Amancio y José María, con la edad habían desarrollado pequeñas diferencias.

Monseñor añoraba las visitas de su madre doña Pilar, que se quedaba en nuestra casa, una señora de una dulzura, que sólo irradiaba cariño. La recibíamos con mucho afecto y no puedo mentir que esperábamos con ansias sus sabrosas tortillas españolas, que con tanto gusto nos hacía.

Recuerdo los almuerzos de los domingos en la casa familiar, donde siempre nos acompañaba, puntual como siempre lo fue, compartíamos interesantes conversaciones, yo recién me había graduado del bachillerato y recuerdo que él y mi papá compartían dos gustos: el de ver quién fumaba más cigarrillos, lo que a ambos les costó la vida y que luego de almorzar el padre Amancio se excusaba para irse a dormir la siesta, costumbre muy española, algo que mi papá aprovechaba para hacer lo mismo.

Fue un sacerdote entregado a la vida del Señor, impartió docencia por más de 25 años, y su rectitud sin duda le sirvió a todas las generaciones que vio pasar por las aulas y a las que les transmitió importantes valores.

Desarrolló una vida eclesiástica intensa, no sólo confortando y ofreciendo consejos a los que lo requerían. Fue vicario parroquial de su Parroquia San Judas Tadeo; defensor del vínculo del Tribunal Eclesiástico de Primera Instancia; párroco de San Judas Tadeo; asesor de los cursillos de Cristiandad; fundador de la Arquidiócesis de los Cursillos de Cristiandad; capellán del Monasterio Santa Teresa de Jesús de las Carmelita de Clausura y superior de la Comunidad de Padres Carmelitas Descalzos de Santo Domingo.

Por su gran amor hacia nuestro país, se naturaliza dominicano en el 1993 y el 31 de mayo del 1996 es nombrado por su Santidad Juan Pablo II obispo titular de Cenae y auxiliar de Santo Domingo y ordenado por el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, a quien sirvió como auxiliar hasta su renuncia por motivos de edad, la cual fue aceptada por su Santidad Francisco I, el 4 de julio del 2016.

Monseñor Escapa fue un apoyo constante a Rehabilitación, sus misas y sus mensajes cada aniversario inspiraban a seguir trabajando por los demás. Existía un verdadero afecto entre él y mi madre, a tal punto que cuando, ya muy enfermo, mi hermano Alfredo lo visitó, le dijo “cuiden mucho a la viejita”.

Siempre se reía conmigo y me decía muchacho tremendo, cuando le decía que era mi cura querido. Compartía con él siempre en las reuniones que se hacen cada cierto tiempo en la Universidad Católica Madre y Maestra y la Conferencia del Episcopado. Normalmente, comíamos juntos y luego de salir de la CDEEE me decía, no te vuelvas a meter en nada de eso y riendo le decía: “no me meto, me meten”.

El sábado, en su parroquia querida, le dimos el último adiós entre lágrimas y aplausos, por una vida ejemplar. Hoy disfruta junto a doña Pilar, que recibió con alegría a su querido “Mancio” y su adorado hermano José María. Seguro que desde allá rezará por todos, por este país que tanto amó y que desde el lugar que tiene junto al Señor seguirá velando y pidiendo por todos nosotros.

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