Nuestra América Latina hoy

Latinoamérica no vive sus mejores días. Es la información que desde diferentes ámbitos, desagregada tal vez pero de manera latente, nos llega todos los días.

Latinoamérica no vive sus mejores días. Es la información que desde diferentes ámbitos, desagregada tal vez pero de manera latente, nos llega todos los días.Movilizaciones constantes y represión en Venezuela, protestas exigiendo la renuncia del presidente Santos en Colombia, el Congreso nacional en llamas en Paraguay, manifestaciones y enfrentamientos con la Policía en Brasil, huelgas multisectoriales en Argentina, miles de ciudadanos en las calles de México… Son parte de las noticias que se ven a diario.

Indudablemente existen elementos que hacen afirmar que Latinoamérica vive un ciclo de su historia que parirá en definitiva cambios a nivel social y político importantes para la convivencia como sociedad a partir de la segunda década de este milenio.

El continente se había acostumbrado a la idea del hastío de las mayorías a aquella política de mega confrontación presente en otras épocas hasta que, a raíz de la judicialización del proceso de destitución de la entonces presidente de Brasil Dilma Rousseff y del desvelamiento del caso de corrupción denominado Lava Jato, las masas ‘irredentas” se hicieron a la calle.

Esa práctica está de vuelta en América Latina y los países en los que se están produciendo actualmente tienen algo en común y esto es que todos, con la excepción de Argentina, celebran elecciones presidenciales el próximo año 2018.

En el caso de Argentina, aunque no elegirá nuevo presidente hasta el 2019, celebra elecciones legislativas en los próximos seis meses, cuyos resultados serán determinantes para la conformación del congreso que deberá legislar hasta después del 2020.

De manera que a las puertas del 2018 los liderazgos políticos en todos los países que he mencionado comienzan a posicionarse de cara a los comicios presidenciales y eso conlleva, en esta época de retorno al ciclo de la confrontación, el choque irremediable de intereses en todos los escenarios, incluyendo las calles.

Otro elemento que comparten algunos de estos países es que ese reposicionamiento tanto al interior de los partidos como en la generación de sinergia con la opinión pública nacional e internacional en algunos casos, se desarrolla en medio de un clima generalizado de irritación marcado principalmente por el desprecio a los casos de corrupción.

Pero, ¿es la corrupción algo nuevo en la práctica política latinoamericana? Evidentemente no lo es. De hecho, la corrupción ha sido soporte de muchos proyectos políticos en América Latina sin que la población de los países en los que se desarrolla haya hecho nada para detenerla.

No obstante, América Latina fue testigo de magníficos logros macroeconómicos en diversos países en los que, como Brasil, decenas de millones salieron de la pobreza apoyados en una economía que crecía al amparo de la súper demanda de China de las materias primas del continente. Cuando sucede una desaceleración de la economía china y los precios y volumen de esas materias primas descienden, no solo se ralentizan los procesos de movilidad social asociados a ese elemento foráneo, sino que una cantidad importante de esos ex pobres, retornan a la clase social de origen.

Esto por supuesto ha dado como resultado que aquella corrupción que en nombre del buen momento económico y de la bonanza era perdonada o ignorada comience a percibirse como negativa cuando la situación económica empeora, emergiendo así la denuncia generalizada de la corrupción y el desprecio a los actores políticos o de cualquier naturaleza envueltos en la práctica de ese flagelo.

Esa lucha contra la corrupción, aunque aderezada con elementos políticos cuestionables ya ha dado al traste incluso con gobiernos elegidos democráticamente y, en momentos en los que su nombre figura como estandarte de guerra en muchos países, parece que faltan muchas cosas por suceder.

El caso de Paraguay

Si bien es cierto que el presidente Horacio Cartes ha logrado anotarse una serie de logros macroeconómicos, no menos cierto es que Paraguay es un país de históricas desigualdades en el que, por tan solo mencionar algunos ejemplos, el 71.3% de los terrenos cultivables es controlado por el 1% de los terratenientes del país y dos de cada tres trabajadores no tiene cobertura social ni recibe pensiones por jubilación.

En ese contexto Cartes ha introducido un proyecto de enmienda a la Constitución vigente que, desde el 1992, tras la caída del gobierno militar de Alfredo Stroessner que gobernó dictatorialmente desde 1954 hasta 1989, prohíbe la reelección presidencial y vicepresidencial.

Cartes, como Stroessner, pertenece al Partido Colorado, aquel que luego de la dictadura militar consiguió seguir ganando elecciones gobernando por más de seis décadas.

El proyecto de enmienda a la Constitución habilitaría la reelección continua o alternada, lo que le permitiría a Cartes repostularse y haría lo mismo con el expresidente Fernando Lugo, destituido por medio de un juicio político sumario en el 2012.

En un país en el que persiste aun la sombra de la dictadura militar encabezada por el partido político al que Cartes pertenece y con los cuestionamientos de que su gobierno privilegia a los ricos en detrimento de otros sectores, la oposición ha encendido la voz de alarma azuzando el miedo a otro régimen autoritario.

Odebrecht y la política latinoamericana

El caso develado del entramado de corrupción orquestado por la constructora brasileña Odebrecht ha venido a revelar la existencia de una corrupción sistémica que como si fuese un virus informático ha permeado en todas las estructuras de poder en Latinoamérica.

Gobernantes, legisladores, periodistas, religiosos y hasta los guerrilleros de las FARC han sido señalados como personas que han disfrutado del pastel de recursos que la corrupción ha preparado ante ellos.

Es un momento importante para que América Latina busque sanear la política de la práctica corrupta que envuelve recursos, contratos jugosos y lobby y quién sabe qué otras cosas más.

Contrario a lo que podría pensarse, América Latina tiene frente a sí un momento espectacular para higienizar estructuras que resultan ser vitales para su desarrollo.

Odebrecht es solo un actor dentro del complicado sistema simbiótico en el que la política y el empresariado se alimentan mutuamente sobre la base de prácticas insanas. Lo importante debe ser que, a raíz del descubrimiento de este tipo de fenómenos América Latina en su conjunto cree las bases jurídicas y operativas para la generación de sinergias positivas entre todos los actores que inciden en su desarrollo, incluyendo por supuesto a políticos y empresarios privados.

El hecho de que exista el cuestionamiento a una práctica aviesa que se lleva para sí los recursos aportados del esfuerzo de los ciudadanos debe dar a entender que, además de los factores económicos que la evidencian, existe el deseo generalizado de erradicarla y la garantía de hombres y mujeres dispuestos a trabajar para lograrlo.

De ahí que, aun cuando se viven momentos críticos en América Latina, la esperanza de mejores días no debe perderse.

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