Un anciano de 75 años de edad convive con la soledad en la extrema pobreza en una pendiente próximo al tramo que se construye en el kilómetro 19 de la carretera de Yamasá.

José Altagracia Santana fue desalojado donde vivió por 50 años con su esposa, quien murió hace apenas unos meses y que, dijo, lo dejó con un vacío existencial recrudescente.

El casi octogenario vive en una miserable choza remendada con palos, yaguas y piso de tierra que se vuelve fango cada vez que llueve. No posee ropa, acceso a agua limpia, cama, alimentos y tampoco luz eléctrica. A pesar de todas sus limitaciones aseguró: “Prefiero vivir sin nada, que hacer lo mal hecho”.

A José Santana le acompaña y vela por sus pasos temblorosos e imprecisos su perrita de nombre “Negrita”, que no se aparta de él en ningún momento, ni siquiera en las noches más oscuras cuando solo la luna le ilumina.

Eran alrededor de las 2:45 de la tarde cuando un equipo de elCaribe arribó a aquel lugar de penurias, carencias y melancolía a primera vista.

Y José Santana se encontraba extrayendo unos víveres que había cosechado. Igualmente siembra mínimos espacios de arroz, molondrón y caña. También tiene ajas con abejas para producir miel.

El noble hombre traía consigo ropas que se han desgastado encima de su cuerpo con el tiempo y un pedazo de palo para sostener su débil cuerpo.

Manifestó que pasa días sin comer, que apenas se sostiene cuando puede comprar “agua y azúcar”, mientras el sol le quema las entrañas.

Dificultad

El infortunado señor explica, llorando y con la mirada lejos en el firmamento, lo difícil que es vivir en la indigencia, ser abusado por poderosos y el desamparo de noches largas que le carcomen el alma.

“A todo el mundo le pagaron por sus casas menos a mí. Yo vivía muy tranquilo en mi ranchito y después de lo que pasó hice esto aquí como pude. Me sacaron porque iban a echar la carretera, yo tenía todo eso sembrado de plátano, yautía y caña y me lo destruyeron, lo único que tenía. Vivo solo y a veces vienen a verme si se acuerdan, pero ya nadie se acuerda de mí”, dijo José Santana mientras reía y lloraba.

En el pequeño “bohío” es inevitable que la lluvia y el frío penetren debido a las franjas divisorias que hay una de la otra. Su cama es un tumulto de trapos viejos con unos sacos de carbón debajo que le cubren el cuerpo de cenizas. Explica que el silencio es el mayor estruendo cada noche. “Yo cojeando voy a veces al colmado, pero no es fácil la lucha que cojo para hacer las cosas. El silencio es muy fuerte. De noche a mí me gusta que me visiten, pero nadie viene. Uustedes deben venir más a verme, gente buena”, contó con las manos empuñadas colocadas en el pecho.

El desamparado señor, que camina con sandalias agujereadas, se encuentra en un estado de desnutrición visible, deshidratación y expuesto a los peligros de vivir a la intemperie y disposición de cualquier fenómeno natural.

Con los años, sus sueños se han roto, su esperanza ha desaparecido y la hambruna ha borrado sus más bellos recuerdos. “Cuando no tengo voy allí y le digo tengo hambre a ver si me ayudan con algo; me pasan días así”, sostuvo.

A pesar de la odisea que ha vivido, preserva el amor al prójimo y la gratitud de cada día despertar con apenas aliento de vida. “Mi papá y mi mamá en vida me dijeron que sembrara mi matica antes de hacer lo malo. Siempre pido que Dios me ayude antes de acostarme y rezo un Padre Nuestro. No dejen de visitarme”, dijo.

Votó en dos ocasiones por Danilo Medina

Mientras conversaba, su voz se entrecortaba porque carecía de fuerzas, pues tenía dos días sin comer nada. Pidió al Gobierno o cualquier persona que le ayude con par de hojas de zinc “viejas” para arreglar su “casa”. También expresó que en los años 2012 y 2016, votó por el presidente Danilo Medina con la esperanza de cambiar su desdichado estilo de vida. “Yo soy huérfano y mis rodillas no dan a más para caminar, a veces quiero ir a comprar o trabajar pero no puedo además de que no duermo”.

Olvidado por su único hijo desde hace años

José Santana cuenta que tuvo un solo hijo que es sargento de la Armada y quien jamás se ha acordado de él. Sin embargo, preserva una fotografía del hijo enclavada en el centro de la tabla que sostiene la mejora. Santana sobrevive como puede de las ayudas de buenos samaritanos que pasan cerca de esa choza que se ve a lo lejos. Un silencio invade el lugar y José no puedo contener las lágrimas al pensar en su primogénito y solo dice: “Los hijos crecen y se van y nunca se acuerdan de sus padres”.

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