I
Introducción
Sermón de Mons. Juan Félix Pepén, Obispo de Higüey, en la Catedral Nuestra Señora de la Altagracia, con motivo de la ordenación sacerdotal del seminarista Pablo Cedano, el domingo 2 de julio de 1967.

Esa homilía se hizo famosa. Estudiaba un servidor en París, en ese momento. Sus ecos llegaron hasta allí.

Tiene 13 párrafos, correspondiendo cada uno a una reflexión, un tema, breve y conciso, que no tiene desperdicio, ninguno de ellos. Monseñor Pepén designa en ella al nuevo sacerdote como “levita”, “del hebreo”, que significa “hombre ligado al culto y servicio de Dios”.

II
La homilía
“Joven levita que subes al Altar por primera vez:
La ordenación de un nuevo sacerdote es un acontecimiento muy grande para un pueblo que pide redención. Es la señal del pacto eterno, de la alianza entre Dios y los hombres; el puente, el vínculo sagrado entre el hombre pecador y Dios Misericordioso. ¿Sabes bien lo que esto significa? ¿Sabes lo que ahora recibes? ¿Sabes el compromiso que contraes?
No quiero quebrar tu sonrisa de joven íntegro, que tiene muchas razones para sonreír al mirar el limpio cristal de su conciencia. No quiero quitarte las razones para sonreír, sino darte nuevas razones para tu optimismo sobre realidades que no mienten.

¿Sabes lo que te doy? Una cruz te doy. Una cruz ruda y nudosa. Una cruz que habrás de llevar hasta las puertas del Paraíso, tal vez sin un Cirineo que te ayude a llevarla. No te faltará, eso sí, el consuelo de saber que antes de ti la llevó Cristo. Te digo todo esto porque sé que eres capaz de oírlo y de seguir a Cristo paso a paso; porque me he informado bien y sé que amas la cruz.

Yo no quiero, no me atrevo a engañarte dándote otro símbolo del Sacerdocio de Cristo, por temor de que pierdas tu sonrisa. No la perderás. Simplemente irás al Altar con la única ambición de ser más semejante a Cristo y esto es motivo suficiente para sentirse muy dichoso. No es vana la advertencia. La historia de la Iglesia, o sea, la historia de la Redención aplicada a los hombres, sabe de no pocos que han escalado las gradas del Santuario en busca de mundanas ventajas y de vanos oropeles.

Son esos lo que redimen al revés, los hombres-cruces, que no saben del gozo de la cruz llevada por amor a los hombres, sino que saben convertirse a sí mismos en pesada cruz para los hombros ajenos. Para prevenirte y curarte en salud, has de pensar bien esta otra advertencia. Tu propio yo. El que tiende a huir de la cruz para convertirse en cruz.
Recuerda bien que no hay peor soberbia que la que se incuba a la sombra del Santuario y que más de una vez “sobre la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos”.
Hoy como ayer, la fantasía del éxito puede ser la piedra de escándalo para muchos servidores de Dios, del mismo Dios que tuvo un fracaso aparente en la cruz. No te dejes vencer por ese delirio. Con poco discurrir verás a tus pies fragmentos de las estatuas de muchos Césares y mucha ceniza de ínfulas sacerdotales…

La Iglesia de la República Dominicana, permíteme llamarla la sufrida Iglesia de la República Dominicana, necesita hoy que sus sacerdotes sepan llevar la cruz. Y como es así, ante todo valor. Valor para salvar esta porción de la Iglesia de Cristo, tan incomprendida y descalificada por los que viven a costa de la renta de una brillante y lejana historia editada en el Calvario, pero niegan el cuerpo y el espíritu al sacrificio de imitar al Divino Maestro.

La Iglesia de la República Dominicana, bien se ve, está comenzando en una nueva época de su historia. La historia, joven sacerdote dominicano, no es el soplo de una voz, no es una palabra vacía, no es un ente de razón. La historia somos nosotros mismos en función de plasmadores de una vida real y trascendente en el molde fugaz e imponderable del tiempo. Y hablando en lenguaje cristiano, la historia somos nosotros cuando realizamos fielmente en el mundo la misión que Dios nos ha confiado.

La Iglesia de la República Dominicana está comenzando una nueva época. Hay que redimirla de sus miserias. No solo de las miserias nuestras, sino de las que recoge en su crecimiento y desarrollo todo lo nuevo, todo lo que tiene o quiere tener vida auténtica y propia.

He de prevenirte que nuevas corrientes, olas de opinión nueva y deslumbrante te presentarán nuevos rumbos y apreciaciones. El nuevo levita, “el de ahora”, el de nuestro tiempo, se presentará a tus ojos como un nuevo fantasma, que nunca alcanzarás a tocar, como sucede con los espejismos del desierto, porque se diluirá a tus ojos en las brumas de lo inalcanzable.

Pero recuerda, Pablo. No es nuevo ni viejo el Evangelio; pero siempre lo reconocerás por la cubierta simple y austera, por su perfume de incienso, muy diferente al que se aspira en los círculos mundanos.

La Iglesia, nuestra Iglesia católica, la Patria, nuestra Patria dominicana, necesitan, reclaman sacerdotes que huelan a incienso y destilen caridad; que amen, que sirvan sin ser servidos; que sufran sin hacer sufrir; que carguen la cruz sin convertirse en cruz.

¿Entiendes este lenguaje? Una cruz te doy, Pablo. Tropezando subirás con ella hasta la cima del Calvario. Allí reconocerás a Cristo, a quien te entregas. Él, solo Él, será tu premio”.

III
Varios años después
Varios años después, el mismo Mons. Pepén dijo “que en parte esa homilía era biográfica o testimonial, porque “la sufrida Iglesia de la República Dominicana”, “tan incomprendida y descalificada” era él mismo, por los ataques y persecuciones y descalificaciones que sufría en carne propia, por la defensa de los campesinos, sin tierra y oprimidos, de la región oriental. Una de las descalificaciones recibidas que yo mismo oía era ésta: – “Mons. Pepén no tiene que meterse en eso de tierras de campesinos. Que se meta en su religión y se ocupe de la Virgen de la Altagracia. Eso es lo suyo. La Iglesia siempre metiéndose en lo que no es suyo-”.

IV
Cincuenta años después
Cincuenta años después (1967-2017), en una apretada síntesis, sin describir cada obra, ni llegar a una lista completa ni muchos menos de ellas, llevó la cruz que le dieron el día de su ordenación en las siguientes diez obras.
1. Párroco de San José, un barrio de Higüey.
2. Párroco de Santa Rosa, en La
Romana.
3. Rector de la Basílica, en Higüey.
4. Rector Seminario Menor San
Pablo, en Higüey.
5. Párroco en San Dionisio, Higüey.
6. Administrador y Formador, en el Seminario Mayor en Santo Domingo.
7. Obispo Auxiliar de Santo Domingo.
8. Vicario de Pastoral, Arquidiócesis de Santo Domingo.
9. Presidente de la Comisión Nacional de Formación Integral Humana y Religiosa.
10. Párroco de la Parroquia Buen Pastor en Santo Domingo, ejerciendo esa misión junto a las tres anteriores.

V
Actualmente
Actualmente, con sus más de ochenta años, de vuelta a Higüey, viviendo como Obispo Auxiliar emérito en la Casa Sacerdotal de la Basílica, dirige la Parroquia Santa María Reina en Higüey y encabeza la construcción de su templo parroquial, como lo hizo en tantas otras parroquias a lo largo de su vida.

Cierto, una de las principales cruces que llevó con inmensa alegría el Padre Cedano a lo largo de su vida fue la construcción de iglesias, casas curiales, escuelas y salones con la ayuda muy generosa de sus comunidades. Por donde quiera que pasó mi compañero y amigo de toda la vida el P. Pablo Cedano, quedó plantada alguna construcción para el servicio de esos pueblos y comunidades.

Aunque no es nuestra costumbre, permítanme esta vez decir: Y ninguna de ellas para él, como hacen los levitas dedicados al servicio de Dios. Eso hizo parte de su cruz gozosa.

Conclusión

CERTIFICO que los datos ofrecidos por mí sobre Mons. Cedano en mi artículo “Una cruz te doy, Pablo” son fidedignos, siendo yo mismo testigo presencial de muchos de ellos.
DOY FE, en Santiago de los Caballeros a los once (11) días del mes de julio del año del Señor dos mil diecisiete (2017).

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