150 aniversario del Grito de Capotillo

(Homilía pronunciada en el Tedeum con ocasión del 150 aniversario del Grito de Capotillo, en la Catedral Metropolitana de Santiago, el viernes 16 de agosto 2013).INTRODUCCIÓNNos encontramos reunidos en esta…

(Homilía pronunciada en el Tedeum con ocasión del 150 aniversario del Grito de Capotillo, en la Catedral Metropolitana de Santiago, el viernes 16 de agosto 2013).

INTRODUCCIÓN

Nos encontramos reunidos en esta mañana, convocados por nuestro amor a la Patria, para dar gracias a Dios por el 150 aniversario del Grito de Capotillo, evento que dio inicio a la gesta restauradora que devolvió la soberanía a la República Dominicana luego de haber sido anexada a España, en el año 1861. La celebración de este acontecimiento hace volver a los dominicanos la mirada y el pensamiento hacia esa gesta gloriosa, su importancia y significado para la vida nacional. Se hace fiesta del hecho y se agradece a los antepasados su arrojo. Hoy, de manera especial, contamos con la grata presencia del señor presidente de la República, licenciado Danilo Medina y parte de su gabinete, la cual pone de manifiesto que Santiago de los Caballeros, que en aquel lejano septiembre de 1863 prefirió incendiar sus casas antes de ceder a la ocupación extranjera, fue el principal baluarte de la Guerra Restauradora.

En la acción litúrgica de hoy hemos proclamado 4 textos bíblicos. La Palabra de Dios, siempre actual, nos ilumina y nos transmite su sabiduría. A la luz de esta Palabra, quisiera tocar 4 puntos:

1. “Dios me libre de ceder la heredad de mi padre” (1 Re 21, 1-16)

Esta es la expresión de Nabot, el israelita que, como nos narra la primera lectura, se resiste a vender la viña que había heredado de su padre, ante la propuesta del rey Ajab. Es evidente un valor entrañable: el amor a la tierra, recibida en herencia de los antepasados. Esa tierra que no es producto de una apropiación arbitraria, sino que es el signo patente del amor de Dios a un pueblo. De hecho, al pueblo al que Dios ama le concede una tierra, como lo hizo con Israel. Y así como en el pasado Dios concedió una tierra al pueblo de Israel, también nos la concedió a nosotros. Este pedazo de isla es nuestra tierra, la que Dios nos ha dado. Es nuestro patrimonio. Y por ser un don de Dios tenemos la responsabilidad de cuidarla, protegerla, desarrollarla, compartirla comunitariamente, defenderla de apetencias criollas y extranjeras, mantenerla libre e independiente, purificarla, perfeccionarla. Nabot sentía la responsabilidad de defender la tierra que Dios había dado como regalo a sus padres y por eso se negó a negociarla. No cedió a los intereses ni caprichos de otros y permaneció firme en ello hasta las últimas consecuencias. Viendo la actitud de este israelita noble, podemos pensar también en la actitud de aquellos dominicanos y dominicanas que no se rindieron ante la idea de haber perdido la tierra que con tanto sacrificio habían conquistado, y por eso no escatimaron esfuerzos para volver a recuperar la tierra de sus padres. Hoy, a 150 años del inicio de la gesta restauradora, imitemos el ejemplo de aquellos valientes y asumamos la responsabilidad de defender nuestra tierra de aquellos intereses ruines que buscan arrebatárnosla.

2. “Los que siembran con lágrimas, cosechan entre cantares” (Salmo 125)

Esta frase, tomada del salmo 125, el cual es el canto de los israelitas que regresan a su tierra luego de haber permanecido por 70 años deportados en Babilonia, nos hace pensar nueva vez en el amor a la tierra, don de Dios. El amor a un pueblo lleva consigo, también actos de fundación, construcción y restauración. La expresión “sembrar entre lágrimas”la podemos aplicar al hecho de construir una nación, lo cual no es una tarea fácil: implica sacrificios, renuncias y lágrimas. El pueblo de Israel fue privado de su tierra, luego de haberla conquistado con tantos esfuerzos, pero no perdió las esperanzas de volver a recuperarla. Su cautiverio de 70 años fue esa siembra con lágrimas que el Señor, que no abandona nunca a sus hijos, recompensó con el don de la libertad. Y he ahí que lo que fue sembrado entre lágrimas, ahora es cosechado entre cantares. Lo mismo podemos decir del pueblo dominicano, que luego de haber obtenido su propia tierra se vio privado de ella. Pero al igual que el pueblo de Israel, no perdió las esperanzas en volver a recuperar su tierra y se lanzó con valentía para hacerlo. Hoy nosotros podemos cosechar entre cantares, lo que nuestros restauradores sembraron con lágrimas. Por eso, hagamos fiesta y demos gracias a Dios, porque gracias a los sacrificios y lágrimas de aquellos héroes, hoy podemos disfrutar del suelo que su Providencia nos ha donado.

3. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1)

El apóstol Juan nos cuenta en el libro del Apocalipsis su visión de un cielo nuevo y una tierra nueva. Eran tiempos difíciles: tiempos de hambre y persecución. Los cristianos no podían manifestar libremente su fe. Parecía que el odio y la persecución iban a prevalecer sobre la fe de los seguidores de Cristo, lo que hizo que muchos vacilaran y llegaran a renegar de su fe, abandonando sus ideales. Sin embargo, en ese momento de crisis, el Señor concede a Juan la visión esperanzadora de un cielo nuevo y de una tierra nueva, donde no habría lugar para el dolor y el llanto. Cómo no pensar en la figura de Duarte, que a pesar de las circunstancias adversas, las murmuraciones, las críticas, las persecuciones y la falta de confianza en el proyecto de una nueva nación, libre y soberana, nunca perdió la fe en el pueblo dominicano. Creyó que nosotros podíamos permanecer libres, sin depender de Nación alguna. Duarte, al igual que Juan vislumbró un cielo nuevo y una tierra nueva, soñó con una nueva República Dominicana, tuvo confianza en la Patria y en sus hombres. A diferencia de Duarte, a Santana y a los anexionistas les faltó fe: fe en Dios y en la viabilidad de la Patria; Santana flaqueó para llevar a término la causa que con tanto ardor había emprendido. No podemos decir que Santana no amaba a la Patria; la amó en parte, pero no hasta el extremo. Contrario a Duarte y a los restauradores, no creyó en ella del todo ni el Dios que la sustentaba y guiaba. Hoy también el Señor nos hace vislumbrar una República Dominicana nueva, sobre todo a través de las batallas que se están librando para que el pueblo dominicano pueda tener una mejor educación. Saludamos los esfuerzos realizados a tal fin por el gobierno del presidente Medina y por el mismo pueblo. Les exhortamos a seguir combatiendo la ignorancia y fortaleciendo nuestro sistema educativo. En verdad se puede decir que esta batalla por la educación es una auténtica guerra restauradora. Sólo así podremos tener mejores dominicanos y dominicanas, capaces de construir la tierra nueva de una República Dominicana transformada por el rescate de la educación.

4. “El celo de tu casa me devora” (Juan 2, 13-25)

El Evangelio que hemos proclamado nos presenta una actitud de Jesús poco usual: movido por el celo de su casa, Jesús expulsa a todos cuantos habían desfigurado la casa de su Padre, convirtiéndola en un mercado, o, como dice el Evangelio, en una “cueva de ladrones”. Jesús advierte la necesidad de restaurar la casa de su Padre y devolverle su sentido original. Muchas veces sucede que, al igual que los judíos, desvirtuaron el sentido del templo como casa de oración, los dominicanos, con nuestras malas acciones y actitudes negativas, desvirtuamos el verdadero rostro de la Patria. He ahí que, ante esa responsabilidad que tenemos ante nuestra tierra como don de Dios, herencia de nuestros padres, como hemos ya dicho, estamos llamados a devolver a nuestra Patria su verdadera fisonomía, llevando así a cumplimiento la obra iniciada por nuestros restauradores. Han pasado ya 150 años del inicio de aquella primera gesta restauradora y debemos reafirmar que las restauraciones nunca terminan y forman siempre parte del devenir histórico de un pueblo. En vista de ello, constatamos, sin ser exhaustivos, que quedan aún restauraciones pendientes, como las citadas ya en un editorial del Semanario Católico Camino, con motivo del 16 de agosto de 2007. Decía dicho editorial:

– “Hace falta restaurar la confianza en la justicia”.

– “Restaurar la transparencia en la administración pública, ya que la corrupción, como tumor maligno, lleva a la muerte a un gran segmento de la población que debiera vivir en condiciones más dignas, si grandes sumas millonarias no fueran despilfarradas en acciones indelicadas.

– “Restaurar la seguridad ciudadana. El miedo y el temor hacen de las calles y los hogares espacios de tensión y sobresaltos”.

– “Restaurar el respeto a la ley. Es inútil continuar creando leyes que por desuso se transforman en letras muertas y que sólo se aplican a los más débiles”.

– “Restaurar el ejercicio de la política para adecuarla a una realidad que exige respuestas eficaces a problemas ancestrales. Ya basta de retórica hueca que agrieta la credibilidad en los llamados líderes políticos. La política no puede continuar siendo nido de ambiciones y de enriquecimiento ilícito”.

– “Hay que restaurar el optimismo y la esperanza en un futuro promisorio para nuestro pueblo. Somos un país con grandes reservas morales. Dejemos atrás la indiferencia y la apatía y promovamos una gran jornada de rescate del amor al trabajo, única garantía para alcanzar un desarrollo pleno”.

CONCLUSIÓN

Señor Presidente, pueblo dominicano: esta celebración de hoy debe animarnos a continuar esta tarea de restauración moral y social a la que estamos llamados los dominicanos de hoy. No renunciemos a la seguridad que nos da la fe de Duarte en las posibilidades del pueblo dominicano para contemplar una nueva República Dominicana, restaurada de los males que la agobian. No renunciemos a vislumbrar esta Patria Nueva, no en la vaguedad de soñadores ilusos o desconfiados como Santana, sino en acciones concretas que nos hagan palpar a todos la realidad materializada de ese sueño que anhelaron los forjadores de nuestra nación.

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