Al alcalde lo abuchearon y al embajador lo aplaudieron

Entre el alcalde de Nueva York Bill de Blasio y el Gobierno dominicano las posiciones han llegado a extremos antagónicos.

Entre el alcalde de Nueva York Bill de Blasio y el Gobierno dominicano las posiciones han llegado a extremos antagónicos. Todo indica que no hay consenso a la vista. Ninguna de las partes se atreve a ceder. El Gobierno, que está en campaña reeleccionista y necesita votos, entiende que la razón y la verdad le asisten. El debate es rentable porque es de soberanía nacional, y algo más. Mientras el alcalde de Nueva York, alineado con la causa haitiana, cuyo gobierno también ha politizado el asunto, sostiene y reafirma su posición intransigente cuando sostiene que el Plan de Regularización de Extranjeros es racista, inmoral e inaceptable, solo porque la reforma migratoria va dirigida a regular gente de la raza negra, los haitianos, según lo entiende, y no hacia todos los extranjeros en la nación caribeña. Es decir, que el tema, que ciertamente envuelve patriotismos, nacionalismos, banderas y orgullos nacionales, ha llegado a un punto político antagónico indiscutible.

Ni los abucheos de que fue objeto en las dos más grandes paradas dominicanas de Nueva York lo hicieron bajar la guardia. Más bien fue más desafiante, y acudió a la recepción a los dominicanos con el concejal haitiano y montó una fiesta de gágá, no de merengue, ignorando que su postura lo aleja de los dominicanos, genera impopularidad y resta votos para su repostulación como alcalde. Es como si De Blasio estuviese dispuesto a jugárselo todo, incluido el voto domínico-americano, en aras de mantener su defensa intransigente de la diáspora haitiana. Ha ignorado todos los llamados del gobierno, a través de sus representantes diplomáticos y consulares, encabezados por Eduardo Selman, cónsul en Nueva York, para que pida disculpas al gobierno y al pueblo dominicanos por su llamado al turista americano a no visitar a la República Dominicana.

Mientras esta confrontación prosigue su agitado curso, como decía el locutor Manuel Antonio Rodríguez (Rodriguito) en los años 70s, el gobierno de Barack Obama ha mantenido una posición cautelosa y prudente frente al conflicto dominico-haitiano. Tanto así que su embajadora en Haití, Pamela Ann White, ha dicho que realmente no hay crisis humanitaria en Haití, producto de la reforma migratoria para documentar la presencia de los extranjeros, especialmente de los haitianos ilegales. Todo el mundo vio en la televisión al embajador de Estados Unidos James Brewster desfilar, en franca camaradería con el cónsul Selman, participando por primera vez en la Parada Dominicana de Nueva York.

El mensaje no pudo ser más claro. Las relaciones entre Estados Unidos y la República Dominicana no han sido alteradas por el conflicto dominico-haitiano, y por tanto, la sangre no llegará al río. ¿De que le sirve a De Blasio mantener esa confrontación? El alcalde pudo ser un gran mediador y no irse del lado haitiano. El tema ya no es solo de puro desafío diplomático, es político. Aunque hace tiempo que el gabinete diplomático de la ONU debió renunciar en pleno. Falta diálogo eficaz y convincente. Más aún después del informe de la OEA que recomienda diálogo con Haití, luego de reconocer la soberanía de República Dominicana en su política migratoria. Es hora de que nuevas caras entren al juego diplomático y que el alcalde De Blasio y el gobierno dominicano encuentren la fórmula viable para buscar remedio eficaz a la crisis domínico-haitiana. Necesitamos hablar de paz, no de la guerra.

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