Por razones muy personales fue nuestro deseo iniciar el año con una visita al corazón de la isla. De ahí que emprendiéramos el viaje hacia Valle Nuevo, Constanza, un verdadero tesoro a disposición de los amantes de la naturaleza.Ciertamente, y muy a pesar de que es justo reconocer que la propia naturaleza constituye una obra de arte, tal vez la más bella y sublime de todas en su conjunto, nunca nos imaginamos que en aquel llano, donde se erige la pirámide como símbolo del centro del territorio comprendido entre la República Dominicana y la República de Haití, allí, justo allí, nos íbamos a encontrar con un espacio museográfico con paneles explicativos sobre las especies de flora y fauna que en aquel regalo de la madre tierra se yergue.
Pero lo que más nos impresionó fue estar frente a una obra sencillamente elevada -en todo el sentido de la palabra-, en homenaje nada más y nada menos que al maestro Cándido Bidó por quienes fueran sus discípulos: Cecilio Ceballos, Jorge Checo, José Peralta y Marcos Reyes.
La composición de la obra mural sigue el estilo que caracterizó a Bidó en los últimos años de su carrera artística y hay que reconocer que está muy bien lograda. La misma se divide en planos, logrando integrar diversos aspectos de aquel edén escondido.
Hacia la derecha aparece un árbol sobre el que se posa una figura femenina con un niño en brazos; su traje florido se hace uno con las demás flores que pueblan la obra misma, delimitándose un poco con el follaje del árbol sobre el que se posan algunas aves. En tanto, que en la parte izquierda se asoma entre las nubes la silueta del rostro del maestro Cándido Bidó, el cual se bifurca con el vuelo de una mariposa hacia el arcoiris que emerge de las montañas sobre la que descansa un caudaloso río.
Enhorabuena a quienes han trabajado en este maravilloso proyecto de documentación como memoria histórica para esta y las futuras generaciones, con la esperanza de que sea un aporte constante.
